Deshamparados, por Teodoro Petkoff
Para darnos una idea de la aterradora magnitud que ha adquirido la inseguridad personal en el país basta con tomar nota de lo que ocurre en el entorno más inmediato de cada uno de nosotros. Por ejemplo, ayer miércoles fue atracado uno de los trabajadores de TalCual. Entraba al edificio donde está localizado el diario, frente al Metro Parque del Este, alrededor de las 10:00 de la mañana y un sujeto armado lo despojó de sus pertenencias. Una semana antes, otro de nuestros compañeros cenaba en un restaurant en la avenida Principal de Las Mercedes. Un par de atracadores, a la vista de todo el mundo, intentó robar a una persona que estaba en la mesa de al lado. La víctima, que resultó ser un piloto de aviación, hizo uso de un arma y en el tiroteo perecieron tanto él como el ladrón. Tres semanas atrás, uno de los periodistas de TalCual y su esposa fueron atracados en la avenida Principal de Sebucán a las 9:00 de la noche. Ayer, en la ciudad de Mérida, un gran amigo de TalCual, empresario de la construcción, escapó a una tentativa de secuestro. En su vehículo quedó la marca de cuatro balazos. Días atrás a un hijo de este editorialista se le trató de interceptar en la Cota Mil. Escapó, no sin que en su carro quedara la huella de tres plomazos.
Centenares de miles de venezolanos, tal vez millones, pueden hacer relatos semejantes acerca de gente que les es muy próxima, si es que ellos mismos no han sido víctimas de distintas formas de delitos. La inseguridad personal se ha transformado para el 80% de la población, de acuerdo con los sondeos de opinión, en el problema más grave que confronta el país. Esto da una pálida idea de la escalofriante expansión que ha experimentado la acción del hampa. No hay sector de la sociedad que escape a esta calamidad, siendo, como es obvio, los habitantes de las barriadas populares los más duramente afectados.
A estas alturas es imposible no señalar la capital responsabilidad de los distintos niveles de gobierno en la situación comentada. Es verdad que el de la delincuencia es un fenómeno con múltiples causas, entre las cuales no son las menos importantes las de carácter socio-cultural, pero cualquier Estado que se respete posee instrumentos institucionales (policía, tribunales, cárceles) que le permiten contener el fenómeno dentro de ciertos límites compatibles con una vida libre de temor. Lo grave es que en los últimos diez años la institucionalidad preventiva y represiva del Estado ha colapsado. La (i)responsabilidad del gobierno es inocultable. En este país nunca ha habido funcionarios públicos más incompetentes, nunca ha habido una degradación tal de la institucionalidad ni una corrupción tan acentuada como las que caracterizan a todas las instituciones oficiales a las que atañe la seguridad de los ciudadanos. Pero lo que es peor es la absoluta desaprensión de la gente del gobierno frente al problema.
Sencillamente no les importa ni está entre las prioridades de su agenda. Más bien son unos mentirosos de tomo y lomo, cobeándonos con una supuesta disminución del delito, que sólo existe en su imaginación.