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Desmitificar para avanzar, por Ángel R. Lombardi Boscán



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Simón Bolívar
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Ángel R. Lombardi Boscán | @lombardiboscan | junio 18, 2020

@LOMBARDIBOSCAN


Hay tema y subtemas en las historias nacionales que terminan siendo las historias escolares sancionadas por el Estado. Una historia que termina siendo ideología patriótica y por tanto moral y cívica, aunque de espalda a las virtudes ciudadanas reales, y mucho más sí se trata de países como Venezuela cuyo firmamento democrático hoy está maltrecho. La comprensión crítica es una herida abierta por una secuencia de hechos bajo el monopolio héroes y fantasías encumbradas.

El Mito Bolívar (1842) se erigió en sustituto de un pasado negado y por lo tanto insatisfactorio para los caudillos que ganaron la Guerra de Independencia (1810-1830). Lo indígena careció de brillo en el caso venezolano y el aporte africano destilaba indignidades que no se podían asumir. Lo hispánico, el centro de nuestra identidad, entraba en el territorio de la leyenda negra, y en consecuencia todo lo relacionado con el mismo terminaba siendo un mensaje sin destino.

Las instituciones del Estado de Derecho Monárquico dieron paso a un Estado de Derecho Republicano aunque sin modificar los fundamentos socio/económicos básico de los tres siglo hispánicos. Nuestros “rebeldes primitivos” (Eric Hosbawn) no fueron capaces de construir luego de la destrucción. Razón por la cual el Mito sustituye a la realidad histórica.

Mito alrededor de la figura de Simón Bolívar (1783-1830) que desde el Estado ha sido utilizado sin disimulos por las distintas hegemonías políticas y económicas que han tomado el poder en los últimos doscientos años del llamado periodo republicano.

El Mito Bolívar es en Venezuela una poderosa e incólume ideología de Estado. Que incluso ha llevado a la historia académica y universitaria a renegar de las exigencias de una crítica independiente y autónoma, por lo demás, necesaria y saludable. Y el punto de partida es la Independencia nacional, una edad de oro, que en sí fue una ruptura desde la violencia más traumática y sobrecogedora. La transición de colonia a república (1750-1850) se desarrolló en lo que El Pacificador Pablo Morillo, -encargado por la Monarquía de reconquistar la Costa Firme a partir del año 1815-, denominó en una de sus epístolas: la América Militar.

La Historia de Venezuela no tiene pasado y tampoco futuro: sólo el tiempo de la Independencia (1810-1830), estático y fosilizado, alrededor de la actuación sobrehumana de Simón Bolívar. Obviamente, tampoco presente, porque el presente es una alusión permanente a la época fundacional.

Vista así la historia es una forma de escape o huida para no asumir las tareas propias del progreso social hacia la modernidad fundamentadas en la disciplina laboral y responsabilidad de los ciudadanos junto al acatamiento de las normas propias de un Estado de Derecho.

*Lea también: Bistec a caballo de carrera, por Miró Popic

Para las élites gobernantes éste parasitismo histórico ha sido algo muy conveniente. Nuestra historia funciona más como una gran camisa de fuerza hacia el inmovilismo social que un estímulo permanente hacia el progreso dentro de un consenso obtenido alrededor de las metas a cumplir colectivamente. Jaulas ideológicas que la historiografía más tradicional ha contribuido a cimentar.

La guerra venezolana de acuerdo a la historia oficial ha sido vista como una guerra de liberación contra el oprobioso colonialismo hispánico. Historiadores muy reputados como John Lynch también se acogen a ésta tesis: la de un pueblo oprimido que se liberó de sus cadenas y resulta que la independencia venezolana fue en realidad un conflicto civil. Una guerra civil es una guerra irregular.

Y la Independencia de Venezuela fue básicamente una guerra endógena de exterminio cuyos bandos, realistas y republicanos, apenas contaron con ejércitos de procedencia extranjera.

Luego de la restauración de Fernando VII y la política absolutista a partir del año 1814 cuando se decidió, desde una postura irracional, la política represiva para reconquistar América sin apenas contar con dinero y medios militares suficientes, fue el momento cuando España decidió enviar una expedición de 12000 legionarios al mando de Don Pablo Morillo. Rápidamente esas tropas fueron tragadas por el trópico y sus inclemencias de clima, enfermedades y animales salvajes para ser sustituidos por las tropas del país, es decir, los venezolanos y neogranadinos americanos.

Algo parecido sucedió en el bando rebelde o republicano bajo el liderazgo de Simón Bolívar cuando arribó hasta Angostura desde la isla inglesa de Trinidad la llamada “Legión Extranjera” con un total de 6000 combatientes de procedencia inglesa mayoritariamente.

Estos dos hechos, junto a un tratamiento ideológico del tema explotado por los triunfadores del bando republicano bajo una lógica nacionalista visceral han impuesto en el imaginario (simbologías y representaciones) de la historiografía prevaleciente la idea errada de que la Independencia de Venezuela fue un conflicto internacional.

De hecho, al mismo Bolívar le interesó explotar ésta idea como buen propagandista que fue a favor de su causa para con ello obtener dos objetivos: tanto la solidaridad internacional en forma de ayudas en soldados, pertrechos militares y dinero y para delinear los bandos enfrentados dentro de una contienda explícitamente irregular y civil.

Otro asunto es el soslayo del fracaso de la Gran Colombia (1819-1830) y la lapidaria afirmación de Bolívar en los últimos meses antes de morir acerca de una obra fallida cuando sostuvo que había “arado en el mar”.

Los caudillos que ganaron la Independencia enterraron las promesas de Bolívar muy pronto acerca de la unidad territorial y la de un orden social satisfactorio para la mayoría de sus habitantes. Por el contrario, le negaron y repudiaron, hasta que bien muerto e inofensivo, lo rescataron como cascarón vacío para darle lustre a las nuevas repúblicas aéreas.

Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ

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