Despedimos con todos los honores a Américo Martín, por Alonso Moleiro
Tuvo Américo una vida pública muy larga, con momentos luminosos y zonas opacas, con relieves de brillo e instantes de bajo perfil público. Las circunstancias de la vida y sus contradicciones intrínsecas le hicieron transitar décadas con banderas y objetivos de carácter opuesto, enmarcados todos dentro de los confines del milenario laberinto que surca la humanidad para armonizar los principios universales de la justicia y la libertad.
Twitter: @amoleiro
Parlamentario, abogado, candidato presidencial, organizador partidista, intelectual y escritor: con Américo Martín se va uno de los últimos integrantes de una brillante e inusualmente dotada generación de políticos venezolanos, forjada entre la caída de Marcos Pérez Jiménez y el advenimiento de la democracia venezolana: la generación del 58.
Un elenco dirigente que, además de una rectitud inquebrantable y una decidida vocación de poder, tenía inquietudes intelectuales y ambiciones en el terreno teórico, y que siempre consideró un deber superior galvanizar sus puntos de vista a través del estudio y la reflexión.
Tuvo Américo una vida pública muy larga, con momentos luminosos y zonas opacas, con relieves de brillo e instantes de bajo perfil público. Como suele suceder en la política, como le ha pasado a muchos hombres públicos del presente y del pasado, las circunstancias de la vida y sus contradicciones intrínsecas le hicieron transitar décadas con banderas y objetivos de carácter opuesto, enmarcados todos dentro de los confines del milenario laberinto que surca la humanidad buscando armonizar los principios universales de la justicia y la libertad.
A la cabeza de la Federación de Centros Universitarios de la UCV, fue Américo un sobresaliente dirigente estudiantil en los albores de la Democracia, probablemente el más destacado del país en su momento. Sobre sus hombros, siendo apenas un muchacho de 19 años, habían recaído enormes responsabilidades organizativas y políticas unos años antes, en las células clandestinas de combate a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en la cual fue llevado a prisión y torturado poco antes de su derrumbe definitivo. El fin de aquella tiranía lo tuvo, junto a sus jóvenes compañeros, como héroe y protagonista.
En 1960, su artículo “La división del APRA, una advertencia”, escrito en el fragor del debate interno que adelantaba Acción Democrática en el gobierno de Rómulo Betancourt, le valió una sanción estatutaria que desencadenó una crisis en la cual terminó por forjarse el nacimiento del MIR, una fractura que se llevara a casi toda la juventud del partido blanco, y que encaraba a los adecos con su propio pasado doctrinario.
Aquel terremoto político, con epicentro en La Habana, que conoció varias réplicas de impacto en América Latina, separaba las aguas de la agenda reformista y el delirio revolucionario, y, con Fidel Castro como promesa inspiradora, abriría las compuertas del turbulento período insurreccional de los años 60, que lo tuvo en plan protagónico tanto en la palabra como en la acción.
Habiendo colocado el pellejo como garantía al asumir la tesis de la violencia revolucionaria, habrá que anotar que fue el Comandante Martín, ya preso en el Cuartel San Carlos, uno de los primeros dirigentes de la izquierda venezolana que supo asumir sin autocomplacencias el costo de aquella derrota militar y política. Como él mismo lo afirmara posteriormente en varias ocasiones, aquel fue el error político más costoso que cometiera en su vida pública.
En 1969, al pacificarse las fuerzas insurgentes, el debate democrático venezolano se enriqueció claramente al incorporar matices y reflexiones omitidas, y, de la mano de la bonanza petrolera de la década de los 70, la política local conoció un inusitado período de fortaleza institucional y optimismo público. Adelantada por Raúl Leoni, consolidada por Rafael Caldera, la pacificación fue uno de los grandes aciertos políticos de la Democracia venezolana, y el mérito de aquel feliz desenlace incluye también a los alzados, que decidieron sentar jurisprudencia al transitar el camino electoral y pacífico de forma irreversible.
A partir de entonces, como parlamentario y luego como candidato presidencial, Américo Martín se convirtió en una de las figuras más interesantes de la política local del momento. Fue muy notorio, ya desde entonces, su esfuerzo por presentar una respuesta de la izquierda venezolana que atendiera los desafíos de la democracia liberal en el terreno conceptual.
Asumiendo la tesis política de la “Democracia en Movimiento’’, en el marco del apasionado y aquilatado debate ideológico que concretara la división del MIR en 1979 –duplicado entonces, a partir de las diferencias, en el MIR-Moleiro y el MIR-Américo,– hay que anotar que Américo Martín fue uno de los primeros dirigentes de la izquierda venezolana que formulara consistentes alegatos en favor de la democracia como valor, como instrumento y como fin ulterior del ejercicio político. Algunos de esos criterios están expresados en uno de sus mejores libros, ‘’El Socialismo no es una religión.”
Transitando de forma anticipada un camino a la socialdemocracia que luego haría suya buena parte de la izquierda, liberado de los imperativos de la vida partidista, y surcando un relativo ocaso público entre finales de los años 80 y los años 90, Américo Martín se terminó convirtiendo, con el paso del tiempo, en una figura referencial para la sociedad democrática opositora en la Venezuela del siglo XXI, ante las nuevas amenazas y exigencias que planteara el autoritarismo. En un orientador histórico y estratégico de los políticos y la sociedad civil, apenas la polarización venezolana hiciera su debut con la llegada de Hugo Chávez al poder.
Américo formó parte del equipo de la Oposición en la Mesa de Negociación y Acuerdos convocada por la OEA en la crisis política del 2002-2004, y acudió numerosas veces en auxilio de líderes emergentes y partidos democráticos nacionales y regionales para aportar su interpretación estratégica del devenir de la lucha contra la hegemonía chavista, ofreciendo reiteradamente numerosas muestras de perspectiva histórica, agudeza interpretativa, desprendimiento y entereza. Animado únicamente por el deseo de regresarle a Venezuela la lucidez y la dignidad ante aquel extravío destructor al cual ingresó voluntariamente.
Inagotable articulista de opinión, particularmente durante la última parte de su vida, Américo tuvo una obra escrita densa y fértil, de apreciable tamaño, casi toda vinculada a la política y la historia, que de seguro tendrá enorme significado para las próximas generaciones de venezolanos.
Sus primeras obras, todavía en el campo del marxismo, Los Peces Gordos, Marcuse y Venezuela, El Estado soy yo, casi todas con muy buenas ventas en su momento, seguidas con curiosidad e interés por aquel país abierto y despreocupado que llegó a considerar a su democracia un bien irrenunciable. Desde 1995 en adelante, ya sin el lastre ideológico, El Gran Viraje, auge y caída; América y Fidel Castro; La pesada planta del paquidermo; La sucesión de Castro, una herida abierta; Socialismo del Siglo XXI, huida en el laberinto –junto a Freddy Muñoz– La Violencia en Colombia y Un huracán en el Caribe, trabajos destinados a indagar en las raíces del autoritarismo, las distorsiones de la utopía revolucionaria y los nudos de la política latinoamericana de este siglo. Para aproximarse al hombre y su circunstancia, siempre será útil leer sus Memorias, varios de cuyos tomos han salido a la calle, y a las Conversaciones con Américo Martín, una larga y apasionante entrevista biográfica hecha por Alfredo Peña en 1978.
Américo Martín era un hombre abierto, flexible, carismático, con un agudo sentido del humor y una enorme creatividad para el ejercicio político en sus años de plenitud. Su temperamento impugnador y el verbo afilado de su juventud fueron cediendo paso a una conducta comprensiva, prudente, salomónica y paternal, totalmente liberada de los rencores de la política.
Tenía una enorme curiosidad por el devenir humano y las novedades, y una muy sobresaliente capacidad para adaptarse a las exigencias tecnológicas de los nuevos tiempos. Fue una persona que creyó firmemente en su propio relato vital. A pesar de los fracasos que se coleccionan en la vida, que sin duda le tocó vivir en más de una ocasión, era un acorazado que rara vez supo del significado de una depresión.
Además de la historia, las letras, la poesía, las comunicaciones, Américo cultivó con enorme disciplina un conocimiento de los temas de estado y las políticas públicas; siempre me dio la impresión de que se preparó concienzudamente para la eventualidad de asumir la Presidencia de la República.
Con Américo se van, también, los contenidos, los malestares, los objetivos y las consignas del siglo XX, la era por excelencia del parto del progreso de la humanidad. Las contradicciones y tensiones de un tiempo revolucionario. Venezuela pierde, sin dudas, a uno de sus mejores cuadros. Su ejemplo, su palabra, su afecto, su recuerdo, su inteligencia inspiradora, nos acompañarán en lo que nos quede de vida.
Alonso Moleiro es periodista