Despedir la ropa, por Pablo M. Peñaranda H.
Mail: @ppenarandah
La variabilidad en los productos es una de las causas del consumo y esto, en el caso de la vestimenta, de alguna manera se encuentra vinculada a los cánones de aceptación o a los criterios de elegancia. Sean estas razones o no, lo cierto es, que consumimos con variedad y para aquella época los profesores universitarios, al menos era mi caso, podíamos costearnos esa variabilidad en camisas, pantalones y zapatos.
Para ese tiempo la vivienda de mi suegra se encontraba en el trayecto de la mía, de forma tal que más de las veces hacíamos parada obligatoria para saludarla o recoger o llevar algún alimento u otra exigencia de la cotidiana vida hogareña, lo cierto es que los ánimos de mi suegra estaban siempre en el nivel máximo de solidaridad y para ese momento uno de sus enfoques estaba dirigido a conseguirle ropa a un sujeto que merodeaba la puerta del automercado ayudando con las bolsas y otras cargas a las señoras de la comunidad. Este sujeto ya entrado en años, más de las veces se le veía en condiciones etílicas que le imposibilitan caminar. Camarón era su apodo por lo rojizo de su piel, sobre todo cuando se encontraba achispado. Nadie conocía su nombre, todos lo llamaban Camarón.
*Lea también. El estado prescindible, por Aglaya Kinzbruner
La anécdota en cuestión se refiere a que por insistencia de mi suegra logré deshacerme y entregarle a Camarón unas camisas, un pantalón y un par de zapatos.
Al pasar los días, hago el trayecto cotidiano y al detener mi carro frente al edificio donde vivía mi suegra; observo un sujeto tirado en la acera con mi vestimenta completa y de inmediato una sensación de terror me sacudió por completo. Es posible que aquella indumentaria, por pertenecerme, estuviera relacionada con mi existencia y en consecuencia viví la desazón de aquel cuerpo tirado en medio de la calle como si del mío se tratara.
Creo que algo de eso deben sentir los gemelos univitelinos o quizás por esa misma razón ya están acostumbrados a esa sensación de apego, pero lo cierto es que yo me quedé paralizado viéndome allí en el piso en aquellas condiciones por lo menos deleznable.
Mientras observaba como alelado llegó en ese instante una ambulancia de bomberos y levantó el cuerpo inerte de Camarón para trasladarlo seguramente a algún centro de atención sanitaria. A la distancia que me encontraba pude perfectamente distinguir mis zapatos y los colores de la camisa con lo cual se acrecentó mi malestar y ciertamente me dispuse a desaparecer de aquel lugar donde me sentí abandonado de toda existencia.
Nunca supe que paso con aquel desdichado sujeto pero desde ese día no puedo despedirme de alguna indumentaria sin sentir cierta desazón que producen las perdidas.
Se van, sobre todo las camisas a ese cementerio del olvido como un singular cambio de piel.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en Sicología y profesor titular de la UCV
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo