Devoto del voto, por Laureano Márquez
Bueno, en medio de las agobiantes circunstancias de un país en el que cualquier cosa le puede suceder a uno, menos el aburrimiento, nos frentamos a otro proceso electoral. Estos días han sido tan intensos, que no parece que tuviéramos elecciones pasado mañana. Yo ya no sé muy bien lo que elegimos, si además de gobernadores también hay alguna junta de algo que elegir o si aquello que antes eran las Asambleas Legislativas todavía existen y si se vota por ellas en esta oportunidad o si se llaman de una manera diferente.
Sé también que hay abuso de poder, ventajismo, fraude y todos los demás vicios que puedan achacársele a un sistema electoral, aunque Carter diga lo contrario. Sé, como si lo anterior fuese poco, ueno, en medio de las agobiantes circunstancias de un país en el que cualquier cosa le puede suceder a uno, menos el aburrimiento, nos enque en Venezuela se produce una misteriosa e inexplicable correlación inversamente proporcional entre elecciones y democracia.
Sin embargo, a pesar de las certezas expuestas, he decidido que voy a votar. Quizá sin darme cuenta me he vuelto un colaboracionista. Tal vez el Síndrome de Estocolmo terminó por vencerme y les agarré cariño a los secuestradores de la institucionalidad. Cuando me invaden estas dudas existenciales me aferro a aquello que Sócrates llamaba la voz interior. Según él, oía una voz que le decía no aquello que tenía que hacer, sino lo que no debía hacer.
Esa voz me dice que no debo abstenerme. No estoy en condiciones de convencer a nadie de que haga lo mismo, pero yo lo voy a hacer por dos razones: primero porque las veces que no lo hemos hecho nos ha ido peor y segundo porque si desde el poder me desaniman a votar debe ser porque alguna fuerza tiene mi voto.
Claro que alguien podría contra-argumentarme que la cosa en Venezuela es tan maquiavélica que cabe incluso la posibilidad de que estén desanimándome justamente para que yo me anime, pero en fin, mi maquiavelómetro hace tiempo que se fundió. Yo sé que el país anda mal y que el año que viene será peor, pero yo juré que no vuelvo a pronunciar la frase «ahora sí que tocamos fondo» porque este es el país de los fondos infinitos. Por otro lado, tengo la certeza de que mientras no falte el whisky, la patria no se ha perdido. Y en estos 14 años, todo ha escaseado, menos la espiritual bebida proveniente de la madre Escocia, el único tema en que la ideología no causa discrepancias. En Venezuela, la historia nos muestra que en los momentos más complejos, cuando la dignidad nacional parece sumergida, asombrosa e inesperadamente salen a flote valores que pensábamos que no teníamos y renace, cada cierto tiempo, el sueño de un país institucional donde se pone freno a la ambición de poder desmedido que tanto daño nos ha hecho para dar paso a la convivencia civilizada. Es el viejo pleito de Doña Bárbara y Santos Luzardo, que lúcidamente pintaba Gallegos.
Decía Churchill: «Sería una gran reforma en la política el que se pudiera extender la cordura con tanta facilidad y tanta rapidez como la locura». Parece que a Venezuela le llega, otra vez, la hora de las grandes reformas políticas. No sé si se acuerdan: este domingo hay elecciones.