Día de la resistencia hispánica, por Laureano Márquez
Autor: Laureano Márquez
Día de la resistencia hispánica
A la memoria de Jaime Jaimes Berti
¿No habrá psiquiatras para los países? ¡Qué rollo tenemos armado con nuestro nacimiento y nuestra paternidad! Dedicamos tanto tiempo a reivindicar a Guaicaipuro y a discursear sobre la dignidad aborigen, que se nos pasa por alto ayudar a la señora indígena que, en el semáforo, con su niño terciado como una banda presidencial y un pote de leche vacío, pide dinero para mitigar el hambre que le dejó Colón y sus secuaces de 511 años. A ver, Venezuela, siéntate en el diván y cuéntame… Lo que suponía: tu padre te pegaba; un Edipo no resuelto.
Nuevamente, se destapa nuestro lío con Colón con esto del “día la resistencia indígena”, cuando más razonable sería, sin duda, bautizar al 12 de octubre como “el día en el que los indígenas le echaron bola y no pudieron”. Lo que quiero decir es que resulta muy fácil llegar a un continente, conquistarlo a sangre y fuego y, 511 años más tarde, ponerse del lado de los conquistados y denunciar las agresiones. Nuestro presidente no tiene por apellido Tupac Amarú, sino Chávez, un apellido de origen portugués que llega a España y se extiende por Andalucía y cuyo símbolo es un escudo de oro, cinco llaves de azur, bordura de gules con ocho aspas de oro. En otras palabras, la cultura que critica la conquista es la que se impuso. Y si se llama día de la raza o día de la hispanidad es porque ellos, es decir, nosotros, ganamos. No somos las víctimas, sino los victimarios. De modo que si el presidente quiere ser auténticamente revolucionario en este tema, lo único que debería hacer de inmediato es entregarle el poder al cacique de los wayuu o de los piaroas. Ante un acto de esa naturaleza, sí que habría que quitarse las plumas.
Obviamente, Colón llegó a América con tres barcos de malandros.
Él mismo le estafó a Rodrigo de Triana los diez mil maravedíes que había ofrecido la reina para el primero en avistar tierra. Se habla con frecuencia de la actitud de ese conquistador que a lo único que venía era a hacer fortuna, a convertirse en un hijosdalgo en el Nuevo Mundo. Por eso recibía las leyes del rey de España y se las colocaba en la cabeza y decía: “se acata pero no se cumple”. Pero si esto solo nos sirve para decir: “aquí vinieron los españoles a asesinar, a violar indias y a cambiarnos espejitos por pepitas de oro”, si no logramos conectar ese pasado truculento con nuestro deseo de impedir un referendo revocatorio porque nos da la gana; si no establecemos la correlación directa que hay entre la actitud del conquistador frente a la ley y el desacato de las sentencias del Tribunal Supremo, entonces todo ese discurso crítico-histórico vehemente, que parece haber descubierto ayer las atrocidades de la conquista, se vuelve, como dirían los latinos, flatus vocis.
Dejemos a un lado el cinismo. Nosotros, los conquistadores, los que ganamos, seguimos conduciéndonos en esta tierra con los mismos desafueros que iniciamos a finales de la Edad Media. No hemos cambiado ni un milímetro nuestro anhelo de riqueza fácil: Los espejitos se siguen cambiando por cuentas de oro ¿o es que es otra cosa un salario mínimo de 250 mil bolívares mensuales?
¡Por Dios!, dejemos el infantilismo y el palabreo inútil. Importaría un comino si el 12 de octubre celebráramos el día del “bien hecho que los jodimos” o el de “que vaina que nos jodieron”, si esto avanzara en algo hacia algo. Para eso sirve la historia: no para lamentar el pasado, sino para aprender sus enseñanzas; para saber cómo somos, descubriendo la evolución de nuestros males y avanzar y transformarnos; no para revestir de siglo XXI las mismas miserias de siempre.
Por eso, este 12 de octubre, Día de la Raza, recordaré a Colón y a sus compañeros, que nos legaron lo que somos y rogaré en español al Dios que nos dieron por que tengamos salvación.