El día que la Literatura “murió”, por Carlos M. Montenegro
Carlos M. Montenegro
El pasado lunes 23 de abril se conmemoró que en 1616 hace poco más de cuatro siglos, en ciudades tan diferentes como Sevilla, Madrid y Stratford upon Avon amaneció con tres fatales noticias para las letras universales, porque ese mismo día murieron tres grandes glorias del renacimiento que, con sus magistrales escritos, habían dado lustre nada menos que al «siglo de oro». Coincidió el día y el año, aunque no el lugar. Supongo que en aquellos tiempos el mundo tardó en darse cuenta que fue un día nefasto como pocos para la cultura.
Aquel día en la ciudad de Córdoba, España, murió Gómez Suárez de Figueroa el primer escritor americano de talla universal, nacido en Cuzco la capital del imperio Incaico, en Perú, el 12 de Abril de 1539. Su madre era la india Chimpu Ocllo, nieta de Túpac Yupanqui y sobrina del emperador inca Huayna Cápac, y su padre fue el conquistador y noble español Sebastián Garcilaso de la Vega quien era a su vez sobrino del célebre poeta del renacimiento español Garci Lasso de la Vega.
De su madre adquirió la cultura quechua, quien contaba que a la mesa de su casa se sentaban los más importantes conquistadores y personajes de aquellos territorios, incluyendo a Francisco Pizarro, que nombró a su padre, Garcilaso de la Vega corregidor y justicia mayor de Cuzco, ya capital del Virreinato del Perú. A la muerte de éste, en 1560, beneficiado por una copiosa herencia se trasladó a España, donde conoció a su familia paterna en Sevilla y Badajoz; instalándose en Montilla, importante municipio de la provincia de Córdoba.
Se alistó en el ejército del rey y participó en la campaña contra los moriscos de Las Alpujarras, adquiriendo el grado de capitán. Su tío y protector Alonso de Vargas murió y le dejó no pocos privilegios y otra importante herencia económica. Regresó de nuevo a Montilla comenzando su andadura por las letras, que lo harían célebre como el «Inca Garcilaso de la Vega».
Su obra fue la primera en narrar la crónica americana y la cultura incaica, gracias a su origen netamente mestizo, que fue desarrollando en obras cada vez mejor escritas, hasta lograr el prestigio que le proporcionaron en vida sus libros, siendo el primer escritor americano de talla universal. Se le conoce también como el “príncipe de los escritores del Nuevo Mundo”, pues su obra literaria, se destaca por un gran dominio y manejo del idioma castellano.
Otro brillante escritor que ese día enlutó la literatura fue nada menos que «el Príncipe de los Ingenios», Don Miguel de Cervantes Saavedra. No está establecido cuál fue la verdadera causa de su muerte, se sabe que padecía de hidropesía y que a instancias de sus médicos pasó en 1616 una temporada en la villa de Esquivias, provincia de Toledo, pero ante la escasa mejoría decidió regresar a Madrid donde logró terminar su obra publicada póstumamente, Persiles y Segismunda.
En las últimas horas del 22 de abril, al agravarse su estado, el clérigo don Francisco Martínez Marcilla le suministró la extremaunción, y en las primeras horas del día 23 expiró en brazos de su esposa, familia y amigos íntimos. No hubo unanimidad en la causa de su muerte, se habló de arterioesclerosis y hasta de un ataque cardiaco. Testigos presentes aseguran que pronunció esta frase en plena agonía: «las ansias crecen, y la esperanza mengua». El encargado de rezar el responso ante el cadáver fue otro cura, orgullo de las letras del siglo de oro al igual que Quevedo o Góngora, conocido como «el Fénix de Los Ingenios», envidiado por Cervantes que lo llamaba «Monstruo de la naturaleza»: Don Félix Lope de Vega.
Muy lejos de España, la conjunción de astros en abierta confabulación contra los más grandes de las letras, se cebaron en otro gran príncipe de las letras, considerado sin excepción el más importante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal: William Shakespeare, nacido en 1564 en Stratford upon Avon, Inglaterra, conocido como “el Bardo de Avon”; fue actor, dramaturgo, poeta y empresario. Su obra es ingente, a pesar de que murió relativamente joven, y es tal vez el autor más representado a lo largo y ancho del mundo; sus obras han sido traducidas a casi todas las lenguas como si pertenecieran a la historia atemporal. Nuestro vocabulario cotidiano está repleto de sus aforismos (ej. to be or not to be, that’s the question). Logró ser profeta en su tierra, ganó en vida fama y respeto además de gran fortuna, pues al parecer también fue muy hábil en inversiones y negocios.
No le faltaron detractores que pusieron en duda su preparación, la autoría de sus obras y hasta su masculinidad, unas veces procedentes de la ortodoxia, y otras de la simple envidia de sus colegas, debido a su personal modo de escribir, que rompía moldes con gran habilidad.
Curiosamente, a pesar de su gran celebridad en todos los estratos de la sociedad de aquél tiempo, son escasos los hechos documentados sobre su vida. Era hijo de un próspero comerciante de Stratford, John Shakespeare y de Mary Arden, de familia con cierto abolengo. Tal vez por afinidad con la religión católica en tiempos que Inglaterra se apuntó al protestantismo, su familia cayó en desgracia y el niño William recibió una educación irregular, cosa que sustentó la fama que le adjudicaron sus adversadores de poco letrado. Casi adolescente se casó con Anne Hathaway, varios años mayor que él, que le dio dos hijas y un varón que murió a temprana edad.
A partir de ahí se le pierde la pista casi una década hasta que reaparece en Londres frecuentando los ambientes de teatro; hay versiones donde se asegura que hizo de todo un poco, desde maestro, carnicero y cuidador de caballos en la entrada de los teatros (¿un antecesor de los parqueros de hoy?), hasta que logró incorporarse como actor en algunas compañías de cómicos; por entonces comenzó a escribir poesía, dramas, sátiras, comedias burlescas y piezas de todo tipo, incluso actuándolas, hasta llegar a ser el más grande, como es sabido.
Es casi seguro que nunca conoció a Cervantes, sin embargo se sabe que escribió una pieza llamada Cardenio inspirada en un episodio de Don Quijote de la Mancha. El manuscrito ardió junto a otras obras de El Bardo en el incendio del teatro The Globe, uno de los más importantes de Londres propiedad de Shakespeare; sin embargo hubo testigos que la vieron representada al menos en dos ocasiones: ante la Corte en la celebración de la boda de la futura reina Isabel en febrero de 1613 y ante el embajador del Duque de Saboya en junio del mismo año, representadas por la compañía del mismo Shakespeare.
El dramaturgo al parecer raramente creaba sus historias, sino que escribía a partir de cosas ya contadas, desde la mitología a libros existentes, recreándolos como él solo podía hacerlo. Se valoraba más como poeta y sonetista y estaba convencido que sería recordado por esto y no como dramaturgo. Para bien de las letras es obvio que se equivocó.