Dictaduras, populismo y balazos contra la democracia, por Luis Ernesto Aparicio M.

Twitter: @aparicioluis
A lo largo de la historia de América Latina los atentados y asesinatos contra candidatos presidenciales y líderes de la, muy endeble, democracia han tenido impactos significativos para ella y la estabilidad política de los países afectados. Sus consecuencias han variado según el contexto político, las circunstancias específicas de cada caso y las respuestas de las instituciones y la sociedad civil.
Acudiendo a la memoria histórica de la política latinoamericana, podríamos encontrarnos con asesinatos que estremecieron y transformaron la política y la sociedad misma de los países. Por ejemplo, todavía en Colombia se recuerdan los asesinatos de dos excelsos políticos como Jorge Eliecer Gaitán y Luis Carlos Galán.
El de Jorge Eliecer Gaitán (1948), desencadenó el periodo conocido como El Bogotazo y fue la chispa que inició la desgarradora violencia política colombiana. Tal situación fue matizada por el asesinato de otro gran político: Luis Carlos Galán (1989), mientras estaba en su campaña presidencial.
Los odios y las perversidades de las mentes que se ven amenazada con la presencia de políticos valientes para la denuncia no acabaron con los asesinatos en Colombia. El caso es que México y República Dominicana tuvieron escenas violentas –en el primero todavía persiste– que terminaron con el cobro de vidas de líderes que pudieron cambiar la historia de muchos de los ciudadanos.
En ese sentido, recordamos los asesinatos de Radhames Gómez Sánchez (República Dominicana) y -para quien escribe, el más sentido por la democracia del continente- Luis Donaldo Colosio (México), ambos, al igual que los otros, en plena campaña electoral, en esos momentos en el que les aclamaban y rodeaban una mano sicaria accionaba un arma para acabar con sus vidas.
Cierto. Hace mucho que las bandas criminales organizadas, esas que ahora se involucran en negocios como la explotación ilegal de los recursos en algunos países por lo que tienen uno que otro «socio» dentro de las estructuras de los poderes de gobierno y, en algunos casos, hasta directamente con la cabeza visible.
Tal parece que la situación ha devenido en una especie de normalización, junto a la presencia de dictadores y populistas que se mezclan en todas las eventualidades políticas, aprovechando las bondades que brinda la democracia, para que, sigilosamente, vayan contra ella, atacando a quienes desempeñan el rol principal en una democracia.
Los hechos que han rodeado los asesinatos de los líderes políticos, sobre todo candidatos presidenciales o aspirantes a congresista o senador, han estado ligados a sus denuncias o promesas de cambio, esas que incluyen el fortalecimiento de la democracia, trabajar por el balance de las desigualdades, luchar contra la corrupción, respetar los pesos y contrapesos de poderes y sobre todo mantenerse ceñido a las leyes.
Desde ese punto de vista, pareciera que ese tipo de promesas están diseñadas para el beneficio de todos los ciudadanos. Sin embargo, ellas pueden ser tomadas como una amenaza para algún grupo de poder o individualidad que teme las consecuencias de una profunda investigación que conduzca al final de sus fechorías, o una competencia que signifique la pérdida del poder.
El último de los abatidos por las balas ha sido Fernando Villavicencio (Ecuador), un candidato que no era el de mayores preferencias en el electorado, pero reunía condiciones que le hacían blanco fácil de los enemigos de la legalidad y de la verdad pues, era periodista y además no dudaba en denunciar –quizás por su propia profesión– a bandas criminales, o a sus lideres, y por supuesto a todo aquel que estuviera involucrado en actos de corrupción.
*Lea también: El asesinato de Fernando Villavicencio y las elecciones de 2023, por María Villarreal
Ha sido otra muerte de manos de la violencia política ya comentada a través de la historia. Pero este crimen, pudiera estar caminando hacia otro propósito no revisado o visto. Se pudiera tratar de la posible explotación del miedo para acabar con la denuncia, uno de los factores fundamentales de la libertad.
Incluso, este objetivo iría acompañado del intento de evitar que candidatos políticos combativos y prestos para la defensa de la democracia, ni siquiera se atrevan a pensar en el intento de convertirse en aspirante para alguna posición de poder en las estructuras de gobierno.
La muerte de Villavicencio mantiene consternado al mundo, sin embargo, la violencia en contra de muchos candidatos en todos los países donde esté ocurriendo en estos momentos, solo confirma la sabida combinación entre aquellos que se ocultan para atentar en contra de la democracia y quienes lo hacen a gritos y con mentiras para abusar de ella.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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