Dimensión desconocida, por Laureano Márquez
La verdad es que me dispuse a oírlo. Puse a mano los paquetes respectivos de cotufas de microondas, la cafetera a punto, con la certeza de que la función sería continuada y, no muy lejos, una botellita de alguna bebida espirituosa, por si la cosa se pone heavy, por si acaso se llega a asomar la depresión por uno de esos baches de distracción en los que cae la imaginación cuando alguna palabra, venida de las alturas del poder, pone a volar al pensamiento y lo remite al triste destino de la patria.
Es cierto que todas las normas de protección de la salud mental recomiendan no oírlo completo. Que eso es un castigo reservado a los más cercanos, el precio que deben pagar quienes, por razón de su oficio, no pueden negarse y están obligados a representar el coro de la tragedia que responde “¡Nooo!” cada vez que se le pregunta:
“¿Estoy hablando mucho? o ¿Tomamos un receso?” y ponen cara de que es cierto cuando se les dice:
“Bueno, ustedes podrían rechazar esta propuesta, ustedes son soberanos”.
El país se ha vuelto un continuo ritornelo, como aquel capítulo de Dimensión Desconocida en el que Peter Coyote era condenado a morir en la horca y trataba de convencer a los protagonistas de la escena —jurado, jueces, abogados, verdugos— de que aquello era una pesadilla que se repetía una y otra vez, e imploraba que le perdonaran la vida por una vez a ver si podía despertar y romper así su condena. Al final, cuando alguno de los personajes se daba cuenta de que, efectivamente, todos eran parte de una pesadilla, era ya demasiado tarde, la trampa de la horca se abría de nuevo y volvía a comenzar un juicio en el que el condenado oía con cara de fastidio una sentencia ya sabida, a la que protestaba con los mismos argumentos de siempre: “¡Esto es una pesadilla!
¿Cómo no se dan cuenta de que repetimos otra vez lo mismo?”.
En esta actitud espiritual me dispuse y sintonicé el canal de todos los venezolanos, como quien, más que a saber algo nuevo, asiste a un ritual cientos de veces representado, con los mismos chistes y las mismas alusiones cínicas a la corrupción del pasado.
Para mi sorpresa, veo en escena al Padre de la Patria, dando un discurso ya dicho en esta Asamblea Nacional o en otra parecida. Por un momento sentí que no teníamos historia, que la diferencia entre 1820, 1936 y 2007 era sólo de vestuario y escenografía y que más que un país somos una actuación, una puesta en escena. Por eso El Libertador podía moverse entre los diputados con la misma familiaridad con la que arengaba a las tropas en Carabobo. No cabe duda: todos somos personajes de una pesadilla cíclica de la siempre despertamos demasiado tarde. Por ello estamos condenados a revivirla, transitando siempre por los mismos errores como si fuera la primera vez. Imaginé entonces que así como Bolívar resucitó entre nosotros, en otra secuencia de la historia un Antonini Wilson cualquiera abandona Caracas rumbo a La Guaira, a lomo de mula por el camino de los españoles, con una maleta repleta de pesos, como si el tiempo nunca transcurriera, como si fuésemos sólo un guión de una mente macabra, solo un capítulo más de la… Dimensión Desconocida.