Dimensiones de la debacle del sistema eléctrico, por Marino González
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Los venezolanos sufrieron en el mes de marzo las peores manifestaciones de lo que significa un país sin servicio de electricidad. Esta situación ha causado el mayor sufrimiento directo de familias y comunidades. Ya desde finales del siglo XIX, la cobertura del servicio eléctrico no solo ha sido expresión de bienestar de las personas. También es un símbolo de la capacidad de los países para enfrentar todas las áreas de la vida económica y social. Sin electricidad no existe prácticamente ninguna manifestación de bienestar. Podría decirse que el símbolo del atraso de una sociedad es justamente no tener servicio permanente y adecuado de electricidad. En consecuencia, el hecho de que los venezolanos hayan tenido en el último mes cientos de horas sin electricidad es la mayor expresión del rezago de desarrollo que experimenta el país.
La crisis del sistema eléctrico del último mes, se suma al deterioro sistemático que ha experimentado el servicio en la última década, especialmente en ciudades diferentes a Caracas en las cuales los apagones son parte de la rutina diaria. Es decir, ya desde hace una década, disponer de la conexión eléctrica respectiva en cada vivienda dejó de ser sinónimo de contar con el servicio. En América Latina, según el Banco Mundial, el 3% de la población no tiene conexión eléctrica en la vivienda, es decir, aproximadamente 20 millones de personas. A ese número habría que agregar ahora los casi 30 millones de venezolanos que no tienen ninguna certeza de disponer del servicio.
En 1992, Venezuela era el país de América Latina que se encontraba más cerca de alcanzar el 100% de cobertura de servicio eléctrico. Ese año Venezuela desplazó del primer lugar a Costa Rica al reportar 97,8% de población cubierta con electricidad.
Sin embargo, esa meta del 100% de cobertura, estándar en los países de la Unión Europea, se ha vuelto cada vez más distante para los venezolanos. En la práctica, el 100% de cobertura eléctrica ya se ha alcanzado en ocho de los veinte países de la región.
El hecho de que los venezolanos contemplen con la mayor angustia posible la incertidumbre sobre el servicio eléctrico, no es azaroso. Es más bien, el resultado de erradas políticas. Una de las cuales es la relacionada con el servicio eléctrico, pero no la única. Es más bien todo un enfoque de lo que significa gobernar, la contradicción con la noción de buen gobierno. Además, no es solamente la consecuencia desastrosa de no tener cobertura eléctrica, sino el efecto en otros servicios, tales como agua, saneamiento y telecomunicaciones, solo por citar unos pocos.
Queda muy claro, entonces, que el objetivo en la gerencia del servicio eléctrico en las últimas dos décadas no era garantizar el suministro de electricidad a las incubadoras con recién nacidos, ni en las salas de terapia intensiva, ni en los hospitales, escuelas, aeropuertos, campos deportivos, salas de teatro, fábricas, universidades, ni en ningún sitio de actividad humana. Ese no era el objetivo. Eran otros objetivos. En la búsqueda de esos otros objetivos se ha convertido al país, con una de las mayores coberturas de electricidad en la región, en una total calamidad. Es un ejemplo dramático de la antítesis de un gobierno, esto es, instituciones y servicios dedicados a proteger a las personas, a prestar servicios de calidad, a aumentar el bienestar y el progreso.