Discriminación, por Simón Boccanegra
Conozco el caso de un joven que hizo una solicitud de pasaporte cumpliendo rigurosamente la kafkiana reglamentación que rige el procedimiento –comparable en engorro y pura y simple estupidez a la que los gringos han establecido para pedir una visa de entrada a su país. Cuando ese muchacho llegó finalmente ante la funcionaria que le habría de entregar el documento, esta, con el pasaporte en la mano, antes de dárselo, pulsó una tecla en su computadora. «Ay, mi amor, tú firmaste. Ven la semana que viene» y con la misma metió el preciado librito en una gaveta de su escritorio. Siete días después la víctima, tras horas de cola, recibió como respuesta una muestra exquisita de ensañamiento: «El pasaporte se extravió. Tienes que volver a hacer la solicitud». Decía hace poco el vice Rangel a un viejo amigo suyo, que le pedía su intercesión para superar no sé qué obstáculo burocrático, que ahora en este país no hay privilegios. No, no hay privilegios, lo que hay es discriminación. Si usted firmó o su condición de opositor es conocida por sapos y otras variedades de tascones, usted pasa a ser un no-ciudadano; lo agarra esta novedosa forma del apartheid chavo-rangeliano, que le niega desde trabajo hasta documentos de identidad.