Dolor mayor, por Teodoro Petkoff
Bajo la pesada sombra de la lona, sobre la tierra húmeda donde se levanta el albergue -acababa de llover, otra vez- Carmen, Neudy, Seila y Herminia mejoran con un poco de margarina el precario desayuno de bollitos y atol de crema de arroz repartido por Protección Civil. Rodeadas de sus hijos (todas tienen entre tres y cuatro, menos Carmen que sólo tiene uno) son juntas un mar de resignación y problemas. No es para menos; sus casas están bajo el agua, duermen en el piso -acuestan a sus hijos en las dos colchonetas que tienen para todos- y muestran cómo los niños poco a poco se van llenando de «granos», especie de salpullido de alergia de tanto andar descalzos, de tanta falta de baño, de tanta agua empozada.
Su humor varía conforme se cumplen o no las promesas. Esa mañana están especialmente molestas, pues el día anterior hicieron más de cuatro horas de cola esperando un «mercado» -una bolsa con alimentos, lo único que les permite cocinar algo a su gusto- que nunca llegó y la cena (arroz con sardinas) se repartió a la una de la madrugada. Cada una tiene una necesidad particular, un problema que atender. Neudy necesita pañales, pues su bebé tiene diarrea, Seila -que está embarazada- clama por unas botas más grandes, pues las que tiene le han hecho llagas en los pies; todas piden aunque sea un plástico para poner en el suelo, al menos para aislar la humedad del piso. Carmen se queja menos, pero retumba en su semblante una mirada dura, que no pierde detalle; entre dientes alcanza a mascullar que lo único que quiere es «aunque sea una sábana» para abrigarse del frío que pega en la madrugada.
Ninguna puede salir de Guasdualito. Sus familiares también son del pueblo y están en iguales condiciones. De hecho, se visitan entre carpas o entre albergues a contarse las últimas penurias o intercambiarse los alimentos que les dan a unas y otras, para ver si logran variar el menú.
Pero no les falta atención médica, que además de agua no potable es la única cosa que abunda en Guasdualito. Aunque las medicinas son escasas, por las carpas pasan constantemente trabajadores de Protección Civil y enfermeros preguntando a quién le duele algo, examinando los rostros y el color de la piel de los damnificados y vacunando a los niños de cuanto contagio pueda afectarlos en estos días.