¿Dónde está la gente?, por Teodoro Petkoff
“¿Dónde están los votos?”, preguntó Hugo Chávez el domingo a los dirigentes del MVR y sus aliados, todavía desconcertados (y fuertemente regañados) por la caudalosa abstención de más de la mitad de sus supuestos partidarios. “No llegamos ni a tres millones de votos”, se quejó Yo El Supremo. “¿Dónde está la gente que votó por nosotros en el referéndum?”, insistió en preguntar. Nadie, desde luego, contestó.
Pero la respuesta no es difícil. Una parte de la gente andaba buscando trabajo. Un millón larguísimo de trabajadores está sin empleo. ¿Por qué iban a tomarse la molestia de votar por un gobierno que en lugar de abrir fuentes de trabajo ha provocado la destrucción de centenares de miles de puestos? Otra parte de la gente estaba muy ocupada luchando a brazo partido con la vida, vendiendo baratijas en la calle y buscando un tigrito que matar. Hay más de cinco millones de venezolanos ubicados en lo que llaman el sector informal: “trabajos” precarios y mal remunerados, la mayor parte de ellos, más allá de la buhonería, “trabajando” entre una y veinte horas semanales. Otra parte de la gente, los “dignificados”, ya olvidados, si no estaban tomando Fondur, hartos de promesas incumplidas, estaban frente a Miraflores esperando ver al Jefe para recordarle las casitas que ofreció. Otros estaban en los “fundos zamoranos” y en los “saraos”, esperando a los funcionarios que los metieron en las tierras y después se olvidaron de ellos. No podían abandonar los sitios no fuera que llegaran Richard Vivas o Albarrán y pensaran que se habían ido a las sedes del INTI o del MAT a buscarlos, machete en mano.
Mucha otra gente estaba trancando alguna autopista o carretera o una avenida urbana, para llamar la atención de funcionarios sordos y desmemoriados, y otra estaba en sus barriadas tratando de esquivar alguna bala perdida de una pelea entre bandas de hampones o eludiendo a los cobradores de peaje. Muchos yipseros y otros transportistas estaban en el velorio o el entierro del último colega asesinado al frente de su volante. Estaban demasiado furiosos con Jesse Chacón y sus numeritos sobre la “reducción de la delincuencia” como para atender los desesperados llamados que hacían Willian Lara y su combo para que fueran a votar.
Los sicofantes del Presidente se empeñan en “explicar” la ausencia con desatinos tales como el de la confianza en el triunfo y otras zarandajas semejantes, pero Yo, El Supremo no se engaña, ni quiere dejarse engañar. El sí sabe qué fue lo que pasó. Ya lo había dicho en su discurso de noviembre del año pasado en Fuerte Tiuna: “La abstención sería una gigantesca derrota política para nuestro movimiento”.
El sí sabe lo que significa que la gente haya desatendido sus llamados. El sí sabe que el carisma es como el jabón: se gasta. A quien le metieron por el buche 10 millones de votantes es a Hugo Chávez.
Fueron los que le hicieron la señal de costumbre, con el dedo medio estirado, entre el índice y el anular encogidos.