Donna dijo:, por Teodoro Petkoff
Registran los cables hoy que un ministro inglés ha expresado su desacuerdo con la decisión, todavía vigente, del gobierno norteamericano, de no suspender los bombardeos en Afganistán durante el periodo del Ramadán y recomienda, por el contrario, que no continúen, para no ofender el sentimiento religioso del mundo islámico. Es una opinión. El primer ministro francés, Lionel Jospin, hace poco días, llamó la atención acerca de la necesidad de reflexionar sobre un aval incondicional a la conducta norteamericana en Afganistán. Es también una opinión. ¿Serán llamados los embajadores de esos países al Departamento de Estado para que expliquen estas «ambigüedades»? Muy poco probable, por no decir imposible, sobre todo porque la posición de los dos países es muy clara al lado de Estados Unidos. Pero lo que revelan ambos casos es que la pretensión de Bush de colocar al mundo ante el dilema de «quien no está con nosotros está con ellos» es completamente irreal. Es tan irreal que ya en el propio Estados Unidos, según revelan las encuestas, la credibilidad de su gobierno se ha venido debilitando y ya son muchas las voces, no sólo las de los críticos tradicionales, que cuestionan una conducta que, más allá de reducir todo un país a un amasijo de escombros, no presenta ya, para mucha gente, un norte claro. En otras palabras, Estados Unidos tendrá que admitir el derecho democrático que asiste a cualquier gobierno a expresar opiniones sobre el tema, aunque ellas no necesariamente concuerden con las de la Casa Blanca. Por ejemplo, el señor Rumsfeld ha declarado que su gobierno se reserva el derecho a utilizar armas atómicas en este conflicto. No aspirará Mr. Rumsfeld que el resto del mundo se abstenga de opinar sobre tal eventualidad.
Para armar la gran coalición antiterrorista, el gobierno de Estados Unidos debió reconocer la diversidad política del mundo y la existencia de otros poderes, no tan grandes como el suyo, pero nada desdeñables, a los cuales debió hacer concesiones políticas que garantizaran la amplitud y la fuerza política de la alianza. Esa diversidad no ha desaparecido y es lógico que ella se exprese, dentro del contexto de un acuerdo esencial en lo básico, en algunos otros aspectos aparentemente no tan obvios para todo el mundo. Apuntar preocupación por las víctimas inocentes o por la extraña frecuencia con la que las bombas «inteligentes» se equivocan y caen en blancos civiles, es una manera de llamar la atención sobre la responsabilidad que deben tener quienes dirigen esta guerra en el sentido de impedir que la opinión mundial se vuelva contra ellos. Gente como nuestro Presidente, que suele decir muchos disparates, por una vez no estaría descaminado al señalar que el pueblo afgano no tiene por qué pagar un precio terrible en «daños colaterales», -que es el aséptico eufemismo con el cual se designa hoy la muerte de civiles inocentes.