Doy la cara, por Teodoro Petkoff
Quiero hacer unas puntualizaciones en primera persona. Como se sabe, yo me retiré del MAS en junio de 1998, cuando este partido decidió apoyar a Chávez. Por supuesto, no le hice campaña ni voté por él. No formo parte del alto porcentaje de venezolanos que por salir de AD y Copei «como sea» votaron por Chávez y pelaron gajo. No le organicé desayunos y almuerzos con empresarios, como hicieron algunos próceres del antichavismo de hoy. No le recogí dinero ni le di. No formé parte de la Constituyente y por escrito, en los editoriales diarios de El Mundo y de TalCual, me opuse a todos los rasgos militaristas, centralistas, presidencialistas, populistas, etc, de la Constitución que aprobaron algunos de los que hoy quieren dar lecciones de antichavismo. No tengo en mi conciencia el cambio de nombre de la República, votado por quienes después de haberlo rechazado, apenas Chávez zapateó salieron corriendo a complacerlo. Rechacé el referendo sindical que algunos antichavistas furibundos de hoy consideraron válido para eliminar esa «cueva de corruptos que es la CTV». Soy de izquierda pero nunca creí que esto podía o iba a ser una revolución o siquiera un buen gobierno. No me dejé encandilar por la retórica. Y, sin embargo, tampoco aposté a su fracaso y cada vez que el gobierno hacía o hace algo que yo considero correcto o conveniente, no he vacilado en reconocerlo, en cuanto escribo y digo -porque doy la cara todos los días.
En definitiva, puedo mirar a Chávez y su gobierno sin despecho ni resentimiento, porque no me considero «engañado» ni burlado en mi buena fe. Me cansé de señalarle los errores de izquierdismo infantil que cometía -y comete aún-, que tanto daño han hecho al pensamiento progresista, al identificar las proposiciones de cambio social con esta sucesión de disparates, propiciando un extremismo «contrarrevolucionario» donde no hay ninguna revolución y una «derechización» peligrosa de la opinión pública, en un país donde las posiciones centristas y equilibradas fueron siempre mayoritarias. Cuando el país estaba aletargado y hasta acobardado, escribí duro y retador, precisamente para contribuir a generar esto que hoy existe: una inmensa oposición que le ha ganado la calle al gobierno. La torpeza política de este, su ineptitud administrativa, y el crecimiento torrencial de la oposición, han conducido las cosas hasta el punto de juego trancado.
Ahora, entonces, hay que destrancar el juego. Como no creo que esto haya que resolverlo «como sea» (y a los que lo creen y se cuelgan ahora de las charreteras de Gómez-Medina como antes lo hicieron de las de Chávez, les auguro, caso de que tengan éxito, un nuevo despecho), he abogado por soluciones políticas, democráticas y pacíficas, que sólo son posibles mediante negociaciones entre las partes. Desde luego que esta posición de responsabilidad para con el país no le agrada al talibanismo y eso lo ha llevado a desatar una campaña feroz contra TalCual, que primero pasó por regar la especie imbécil de que yo tengo un plan con José Vicente. Esta mentira tuvo las patas tan cortas que ahora han puesto en órbita otra, más estúpida aún, de que el periódico ha sido adquirido por Diosdado Cabello. Se ve que los autores de esta canallada juzgan por su condición: ante la suma apropiada venderían hasta a sus madres.
Hoy, ante el comunicado emitido ayer por el gobierno (ver página dos) y que comprensiblemente no fue difundido por algunos de los medios más importantes del país, creo que se comienzan a abrir los portones para una negociación entre el gobierno y la oposición con vistas a buscar soluciones políticas a esta crisis terrible y peligrosa. Este gobierno, que hace seis meses no reconocía a la oposición, ha tenido que admitir, finalmente, que debe sentarse con ella para «debatir en torno a una agenda abierta, sin vetos ni exclusiones a priori, en la que no se descarta la materia electoral» y anunciando su disposición «a hacer las concesiones que sean necesarias en el marco de la Constitución Bolivariana». El balón está ahora en la cancha de la Coordinadora Democrática. Pero no en cualquier parte de la cancha sino en el punto donde se patean los penales. Hemos llegado a un momento en el cual se ha abierto la posibilidad (y tan sólo la posibilidad) de resolver esto civilizadamente. Negociar no es desmovilizarse. Recordemos nuevamente a John Kennedy: «No se debe negociar por miedo, pero no hay que tener miedo de negociar».