Economía y conversión, por Daniel Esparza

Autor: Daniel Esparza | @esparzari
Poco antes de que San Ignacio de Antioquia escribiese su carta a los Efesios, Pablo ya había hecho lo propio. Ignacio parafrasea el saludo Paulino al inicio de su epístola, dando fe de la influencia de la presencia y los textos de Pablo en la comunidad de Antioquia.
Es sabido que Bernabé y Pablo vivieron un buen tiempo en esa ciudad –la tercera más poblada del imperio Romano, para la época- y que fue esta la primera urbe en la cual los discípulos de Jesús fueron llamados cristianos, debido seguramente a la promoción Paulina de una cristiandad que eximía a los gentiles del cumplimiento de la ley mosaica.
Del lugar de nacimiento y la vida de Ignacio se sabe poco –prácticamente nada- antes de su nombramiento como Obispo. Sus cartas, empero, son bien conocidas. Es precisamente en su carta a los Efesios, donde hace uso de la noción paulina de economía para referirse a su propia labor como obispo de la comunidad.
Escribe Ignacio que “cualquiera a quien el Señor de la casa (oikos despotés) pone a cargo de Sus asuntos domésticos (eis idian oikonomian) debe ser recibido por nosotros en el mismo espíritu de aquel que le ha dado esa labor”.
En su propia carta a los Efesios, Pablo introduce las nociones de economía de la salvación (oikonomía) y economía del misterio, referidas a la dispensación de la Gracia divina un sentido doméstico: en tanto la economía implica la propia administración de los bienes de la casa, Pablo presenta la economía de la salvación en términos similares al de llevar a término una actividad doméstica. En el caso paulino, se trata de completar la misión de anunciar el misterio de la redención que, al llegar la plenitud de los tiempos, ha llegado a término.
Que una palabra usada para designar específicamente una dinámica teológica designe también la “actividad salvífica del gobierno del mundo” muestra cuán complejas son las relaciones entre economía, historia, teología y gobierno. Ello hace de la conversión de la moneda –otra categoría teológica (epístrepho, “volverse a”)– una actividad también misteriosa.
El horizonte divino con el que el doméstico Bolívar se relaciona es el Dólar, y en esta conversión su redención debería estar prefigurada. El problema del Bolívar es su forzoso politeísmo: rinde culto a cuatro dólares –cuatro tasas, cuatro cambios– y, por ello, su conversión es siempre fallida, incompleta. La deuda –el perdón del pecado inflacionario– nunca queda saldada.
Es harto sabido que el politeísmo siempre exige sacrificios de sangre, pero nunca se aplaca: la economía politeísta no conoce una “plenitud de los tiempos”, en tanto está atada a un ciclo eterno –el de la naturaleza-, precisamente como las revoluciones están atadas a la eternal dilación de la plenitud de los tiempos. La revolución llegó, pero se está siempre “construyendo”. Por ello, la deuda no se salda, la conversión es inviable y los dioses –y sus administradores- siguen pidiendo sacrificios.
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