Educación en Venezuela, fuente de desigualdad, por Roberto Patiño
Twitter: @RobertoPatino
Con treinta y dos años de experiencia dando clases a chamos entre los 12 y 16 años de edad, Rosa (cambiamos el nombre por prudencia) nos ofrece la posibilidad de acercarnos a las diferencias que existen entre la educación pública y privada en el país.
Rosa distribuye su tiempo entre un colegio privado al oeste de Caracas y un liceo público a las puertas de un sector popular, también al oeste de la ciudad capital. Son dos mundos muy distintos, nos advierte, cuyas diferencias se han visto acentuadas durante el covid-19, que implicó una desmejora en la educación para todos, pero que fue dramático en la calidad de la que se impartía en el sistema público.
Dos años y contando (la asistencia todavía no es obligatoria y estamos a las puertas de otra ola de la enfermedad) donde nunca se pudo aplicar las llamadas clases a distancia en la educación pública, pese a las promesas del Ministerio de Educación: ni los liceos, ni los profesores, ni los padres, estaban en capacidad técnica, como contar con acceso a internet en un mundo dominado por la tecnología, o financiera para sortear las limitaciones que nos imponía la pandemia.
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Rosa siempre estuvo vinculada a ese liceo, ha sido una «casa grande y cariñosa» conservada con esfuerzo por los padres, los maestros, la organización de la comunidad y gracias a una directora hábil en sortear los laberintos burocráticos del Ministerio. Cuando en Venezuela era posible vivir de un salario de docente, nunca pensó en abandonar aquel espacio lleno de retos personales, pero la crisis la ha obligado a recortar sus horas para dirigirlas cada vez más a un colegio privado donde cobra un bono en dólares y donde la dirección y la junta de padres y representantes han desplegado todo tipo de estrategias financieras para garantizar que los docentes no se vayan de la institución, a costa de un gran esfuerzo de las familias que se empeñan, a veces de manera temeraria, en pagar una matrícula costosa que le dé al menos una oportunidad a sus hijos.
Son dos mundos muy distintos, se lamenta.
En el colegio privado podemos exigir más a los alumnos, graduamos a generaciones con habilidades para la investigación, críticos, curiosos, muchos de ellos bilingües, con capacidad para seguir sus estudios en universidades dentro o fuera del país, adolescentes que han explorado con libertad sus vocaciones personales y profesionales.
Mientras que por el lado de los liceos tenemos que hacer un esfuerzo de comprensión con las historia de cada chamo, hay que entender sus circunstancias para ofrecerles vías para darles algo de formación, un proceso muy delimitado por la realidad en la que viven: jóvenes que trabajan de noche, que van al salón mareados por el hambre, adolescentes convertidas en madres cuidadoras de sus hermanos menores, familias divididas por la migración, grupos de alumnos que no disponen de equipos o conexión a internet para recibir clases o para hacer investigaciones. Cada tema, cada objetivo docente, se convierte en un esfuerzo y una estrategia, a veces desesperada, para que el alumno se quede con lo más importante, que «retenga algo del conocimiento que podrá necesitar en el futuro».
La educación pública en Venezuela siempre ha sido un reto difícil, recuerda, pero en el pasado graduarte de un liceo te daba una oportunidad real para seguir los estudios, para formarte en habilidades profesionales y para hacerte un futuro. Ahora no esta tan segura: «¿no te has fijado que hay una generación gerontológica de docentes?», nos dice Rosa con alarma. Muchos liceos públicos se han convertido en salas de espera de docentes que cuentan los días hasta la llegada de su jubilación, cargos que no son ocupados por una nueva generación de profesores.
Nos confiesa un secreto a voces: cuando una materia queda vacante y no se imparte en el liceo, se promedia las notas que alumno cursó y la cifra se coloca en la casilla de las materias que no se dieron, es decir, hay jóvenes que nunca cursaron física, química o matemáticas aunque su historial académico diga lo contrario; una mentira «que conoce el propio Ministerio de Educación y que la deja pasar mirando hacia otro lado».
«La mejor vía para muchos alumnos es seguir los estudios en el INCE», medita en voz alta Rosa, tratando de conseguir una salida al laberinto educativo criollo, «allí se hace un esfuerzo por llenar los vacíos en su educación y colocarlos en trabajos formales», nosotros hacemos hasta lo imposible para que no abandonen el liceo y se gradúen, «sin un título de bachiller no eres nadie en éste país»; la otra opción, dice, es la calle, «donde los están esperando las bandas para reclutarlos» y darles un oficio de plomo y sangre.
Nos despedimos de la maestra, reconociendo y admirando el esfuerzo y el compromiso que hay en muchos docentes venezolanos que siguen en los liceos intentando dar un futuro a nuestros jóvenes, una empresa titánica que no es reconocida por el Estado, una lucha desigual e ingrata que a veces no parece formar parte de las prioridades del país.
El esfuerzo que hacen éstos docentes, las Organizaciones No Gubernamentales, la Iglesia Católica, las Universidades y las comunidades organizadas, no pueden ocupar el espacio que debe tener el Estado en los liceos.
Conocemos de primera mano todos éstos esfuerzos. Muchos colegios públicos son el epicentro de la vida de estas comunidades y en torno a ellos se han organizado los vecinos. Nos constan de primera mano como las madres se organizan para mantener estos espacios abiertos, se incorporan como voluntarias en los comedores que financian ONG venezolanas, seden espacios en sus casos para llevar adelante tareas dirigidas y complementos educativos, se organizan para escolarizar a chamos que abandonaron el liceo, convocan esfuerzos y voluntades para tratar de amarrar a los jóvenes, es decir, el futuro del país, a un sistema educativo que, en medio de sus limitaciones, sigue siendo una esperanza para muchos venezolanos. Sin la acción de éstos venezolanos, junto a los docentes comprometidos y las Organizaciones de la sociedad civil y la iglesia, la situación sería mucho más dramática.
Lo que se haga o deje de hacer en la educación, tenemos que insistir, afectará el destino de generaciones y, en estos momentos, las distancias que existen entre la educación pública y la privada, han convertido al sistema educativo venezolano en un vivero donde se reproduce la desigualdad social.
Todavía hay mucho que decir sobre éste tema. En futuros trabajos seguiremos abordando un área tan importante para todos los venezolanos, intentando dar voz a sus protagonistas.
Roberto Patiño es Ingeniero de Producción-USB. Magíster en Políticas Públicas-Harvard. Director|de Caracas Mi Convive y Alimenta la Solidaridad.
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