Edwin Valero, por Teodoro Petkoff
Tragedias como la del boxeador Edwin Valero dan pie para más de una reflexión. Cabe una pregunta: ¿Por qué se permitía boxear a un hombre que tenía una placa metálica en el cráneo, a resultas de un accidente, lo cual lo hacía especialmente vulnerable, física y psíquicamente? Es un tópico mediático y literario eso del turbio mundo en que se desenvuelve el boxeo, siempre a caballo entre la legalidad y la ilegalidad; sin embargo, en Estados Unidos el «Inca» Valero tenía prohibición de pelear, precisamente por el peligro que representaba la fragilidad de su cráneo.
¿Por qué en ninguna otra parte del mundo, especialmente en su propio país, se había tomado decisión semejante? Es obvio. Un noqueador como el «Inca» no aparece todos los días y semejante negocio no podía ser perturbado por escrúpulos médicos como los de los gringos.
Sin embargo, estos tenían razón. Si nos atenemos a los desgraciados incidentes en que se vio envuelto Valero, es posible presumir que estaba mentalmente desequilibrado. A pesar de que solía despachar a sus contrincantes muy rápidamente, algunos golpes recibía también. ¿Puede alguien asegurar que en sus últimas explosiones emocionales no tenía nada que ver el daño orgánico que había sufrido su cerebro? ¿No habría sido apropiado un examen médico a fondo para determinar si Edwin Valero estaba en condiciones de continuar boxeando sin riesgo para su vida o, por lo menos, para su salud mental? Pero eso habría sido arriesgarse a cerrar la mina de oro que constituía el pegador merideño.
También está en el banquillo de los acusados el sistema judicial venezolano. Mientras en menos de veinticuatro horas hubo jueces para ordenar la detención del diputado Wilmer Azuaje y el posterior allanamiento de su inmunidad parlamentaria, y seguirle juicio por un incidente insignificante –incluso si éste hubiere sido cierto–, con Edwin Valero, con antecedentes conocidos de violencia contra su propia familia, con la evidencia de las graves lesiones que había provocado a su esposa, con el dato conocido de su adicción al alcohol y a las drogas, ninguna autoridad judicial se ocupó de hacer cumplir las laxas medidas cautelares ordenadas; su propia reclusión psiquiátrica fue abortada por orden de Miraflores, supuestamente para enviarlo a rehabilitación en Cuba.
¿Qué costaba dejarlo en el hospital mientras se hacían los trámites para el viaje? Desde las lesiones que recientemente causó a su esposa, la conducta de Valero se había tornado visiblemente desquiciada (choque, amenazas a los médicos en Mérida).
Su esposa se retractó porque sabía que nadie la protegería de la ira de su marido. ¿Los jueces no estaban conscientes de esto? Era una figura pública y popular y sus andanzas no eran desconocidas; era claramente un peligro para él mismo y para otros.
Pero ¿qué juez o jueza iba a dictar medidas de reclusión preventiva a un boxeador que tenía tatuada en el pecho la cara de Chávez y a quien este no perdía ocasión de elogiar? A Edwin Valero y a su esposa los mató un sistema judicial partidizado, sumiso ante el poder, atento a no provocar las iras de Chacumbele.
Para que ninguno de sus colegas se equivoque, está presa la jueza Afiuni.