El 23 de enero: una lección para no olvidar

Hoy es 23 de enero. Es bastante más que el aniversario de un hecho político como fue el derrocamiento de Pérez Jiménez. Lo que se recuerda y celebra es, en verdad, el coraje, la tenacidad y larga paciencia, la lucidez de un pueblo y de su conducción política para librar una lucha en condiciones de suprema desventaja, superar los errores que a lo largo de ella fueron cometidos y terminar diseñando una estrategia coherente, clara, y, sobre todo, viable, para derrotar al tirano.
En los primeros años de la lucha privaron la impaciencia y la subestimación al adversario. Fueron los tiempos de tácticas golpistas y aventureras que no sirvieron sino para proporcionar las coartadas para remachar la represión. Cuando la oposición de entonces, con millares de sus miembros presos, exiliados y con decenas de torturados y muertos, asumió finalmente la convicción de que aquello era un maratón y no una carrera de velocidad de cien metros y se dedicó a la organización y preparación del pueblo y a centrar el esfuerzo en el único terreno en que aquel gobierno de las Fuerzas Armadas, aparentemente blindado, era vulnerable: el de su propia Constitución, en dos meses se desplomó la dictadura ante el empujón formidable del pueblo alzado.
En medio de la tremenda crisis en que el 45 aniversario del 23 de enero encuentra al país, recordar el pasado sólo es útil si reflexionamos sobre sus lecciones. La situación no es la misma, desde luego, ni el gobierno de Chávez es la dictadura de Pérez Jiménez. Pero hay una inocultable crisis de gobernabilidad que exige solución porque no podemos vivir indefinidamente en una situación tan cargada de peligrosidad y que además ha socavado las bases de la convivencia civilizada. Ahora, como entonces, y frente a una crisis distinta, la premisa para enfrentarla, sin embargo, es la misma: esto es un maratón, además con obstáculos, y no una carrera de cien metros. En segundo lugar, la búsqueda de «atajos» para resolver la crisis se ha revelado tan equivocada e infructuosa como en los primeros años de PJ. En tercer lugar, subestimar al adversario ha sido un error garrafal.
Ayer el TSJ anuló la convocatoria del referendum consultivo. La lógica protesta contra esa sentencia no debe perder de vista, sin embargo, que de ella se desprende la necesidad de elegir rápidamente al nuevo CNE. Ya aprobada la Ley Electoral y comenzado el proceso de elección del nuevo CNE, completarlo en la Asamblea Nacional es un objetivo prioritario. El TSJ no sólo no cerró esa puerta sino que hace imperativo ese proceso que depende del parlamento. La existencia de un árbitro confiable para las partes del conflicto es condición sine qua non para que la solución electoral pueda ser aplicada. Hay que elegirlo, pues, en un parlamento donde, es bueno recordarlo, son necesarios dos tercios de los votos para elegir el organismo, de modo que no se puede hacerlo sino mediante un acuerdo de las partes, porque ninguna de ellas, por separado, los tiene. Y ante un nuevo obstáculo no hay sino que superarlo y seguir adelante. La lección del proceso que llevó al 23 de Enero, además de la de no rendirse nunca es la de saber pelear. Saber pelear es, sobre todo, hacerlo en el terreno que uno escoja y no en el del adversario.