El 4to punto, por Enrique Ochoa Antich
Algunos voceros y opinadores de oposición tienen al menos la gentileza de ser francos y, sin ambages, piden, en realidad ruegan, porque Venezuela sea invadida por militares gringos, colombianos, brasileños, cascos azules… y pare usted de contar. Pero hay otros a los que cuando reflexionan sobre esta eventualidad asegurando que la rechazan, al final se les ven las costuras. Lo que proponen (en realidad, pregonan, sería mejor decir) es de “candorosa» lógica aristotélica:
A. El gobierno ha cerrado todas las vías pacíficas pues comete fraude en las elecciones y usa el diálogo sólo para ganar tiempo.
B. Por tanto, esas vías deben ser descartadas: el gobierno sólo saldrá por la fuerza, dicen. Es decir: cese a la usurpación, pero sin diálogo ni negociación alguna.
C. La oposición tiene la gente pero no el poder: es decir, no tiene la fuerza suficiente para acometer la primera estación de su ruta, ergo….. ¿qué queda?: por favor vengan los ejércitos del occidente civilizado a resolvernos esta imposible ecuación.
Yo, que quiero que Maduro se vaya ayer, porque es el peor gobierno de toda nuestra historia, porque ha devastado y devasta día a día a la nación, porque ha causado y causa una catástrofe social inconmensurable en razón de su rigidez ideológica, su vocación totalitaria, su ineptitud y su demencial corrupción, no puedo sin embargo aceptar que eso se logre de cualquier forma: quiero un cambio de gobierno ya pero el cómo me importa.
Ya lo he escrito en esta misma tribuna: me niego a escoger entre el hambre y la guerra, entre la mengua y la metralla, entre Maduro y Trump (la oposición tutelada que pide invasión no cuenta: seamos claros, su dirección política reside en el Departamento de Estado).
No puedo aceptar ni aceptaré jamás que la palabra, la persuasión, los acuerdos, hayan sido desterrados como urgente posibilidad de entre nosotros. Seré dialoguista y pacifista siempre. Si perdiera la fe en la capacidad de convencimiento y de razonamiento entre los seres humanos, entre los venezolanos en este caso, sólo me quedaría el claustro y la distancia para ver transcurrir los acontecimientos desde lejos. Espectador en primera fila, como dice el Horacio Oliveira de Cortázar en Rayuela.
Jorge Rodríguez acaba de plantear estos cinco puntos que el gobierno demandaría discutir en una hipotética mesa de diálogo y negociación con la oposición venezolana:
1. Respeto a la soberanía de Venezuela.
2. Respeto al derecho a la paz.
3. Levantamiento de las sanciones contra Venezuela.
4. Un mecanismo que permita dirimir las diferencias políticas entre gobierno y oposición.
5. La no injerencia de otras naciones en los asuntos internos del país.
A riesgo de ser fusilado ante el paredón de las redes, digo aquí que comparto los cinco y estoy seguro de que el país igual. Naturalmente, comparto también, como la clamorosa mayoría de venezolanos, los puntos que ha puesto en agenda la oposición, entre otros:
1. Libertad de presos políticos.
2. Rehabilitación de partidos y voceros políticos.
3. Ingreso de ayuda humanitaria.
4. Reinstitucionalización del Estado, nuevo CNE y elecciones generales para la relegitimación de todos los Poderes Públicos nacionales.
Pero quiero hacer énfasis aquí en el 4to punto propuesto por el gobierno: un mecanismo que permita dirimir las diferencias políticas entre gobierno y oposición. Si la oposición no le arranca de las manos esta oferta al madurismo, y sigue empeñada con codicia política en el «todo o nada» que nos conduce casi fatalmente a la violencia y la guerra, merecería el desprecio del país entero.
Porque, sin la guerra y sin negociación, ¿adónde vamos?: una nación mandada por un gobierno cercado y desconocido por 15 de los 20 países más prósperos del planeta, luego sin capacidad de lograr recuperación económica alguna, un gobierno al que no le importa resistir agónicamente en el poder aún al costo de terminar de destruir lo que queda de país, sostenido en la garantía de algunos privilegios para la nueva clase burocrática, atrincherado en su capacidad de fuego militar, basado en un ejercicio cada vez más policial del poder, y una población desarticulada, desmoralizada, desmovilizada y sumida en la pobreza.
Es hora, pues, de que esa parte de la oposición que está en la AN reconozca que el «todo o nada», que el mantra del 1-2-3 que comienza con el mítico «cese a la usurpación», no nos conduce a ninguna parte (a menos, claro está, que se focalice en diligenciar y logre la invasión gringo-colombo-brasileña, y se le agradecería la franqueza de aceptar que es ésa la estrategia). Ojalá reformule el plan con un golpe de timón que comience por decir: sí, es necesario, vamos a dialogar y a negociar.
Voy a decirlo con rudeza pero con sentido de la realidad: las opciones de la oposición son crudamente las siguientes:
• O logra la invasión militar extranjera y entra a Miraflores sentada en la punta de las bayonetas gringas y tras una montaña de cadáveres, para su vergüenza eterna.
• O se sienta a negociar ya con el gobierno antes de que la esperanza del 23E se convierta en ilusión, ésta en espejismo, y éste a su vez en sal y agua, como muchas otras veces en estos 20 años.
Cualquier tercera opción es el limbo.
«Un mecanismo que permita dirimir las diferencias políticas entre gobierno y oposición», como ha dicho el gobierno, bien podría ser el referendo consultivo que algunos hemos estado proponiendo como quien clama en el desierto. No es ni la elección presidencial que exige la oposición, tampoco las elecciones parlamentarias que provocadoramente sugirió el gobierno, pero permite que, dándole la palabra al pueblo, éste mandate si esas elecciones se convocan o no.
Además, es un recurso, a diferencia de las elecciones presidenciales o parlamentarias anticipadas, plenamente constitucional, es decir, legítimo: ¿qué asunto puede ser de mayor «interés nacional», como reza el artículo 71 de la Constitución, que encontrar un camino pactado para superar esta agobiante crisis política, económica y social?
Pero para eso, tendrían que tener ambos liderazgos, el del gobierno y el de la oposición, el coraje ciudadano de sentarse a hablar. Coraje mayor, subrayémoslo, que el que se requiere para insultarse.