El affaire de La Catira Pipía Sánchez y Cela (I), por Carlos M. Montenegro
Que Marcos Pérez Jiménez y Francisco Franco se llevaban bien es innegable. Nada de extraño tiene que al ser derrocado en 1958, ser acogido en Santo Domingo por su anfitrión y colega dictador, Leónidas Trujillo, su posterior extradición en los años sesenta desde EEUU a Venezuela para ser juzgado, trance del que por cierto salió bastante bien librado, decidiera refugiarse en España donde el Caudillo lo recibió con los brazos abiertos y le brindó todo lo necesario para que transitara, en plan magnate bananero, su obligado retiro en su mansión de la Moraleja de Madrid cercana por cierto a la del empresario Gustavo Cisneros, hasta que en 2001 dejó este mundo, sin más incidentes, en su propia cama.
Franco se llevaba bien con la mayoría de los dictadores que surgieron en America Latina a partir de la década de los 40 del siglo pasado. Lo fue de Juan Perón, Rojas Pinilla, Alfredo Stroessner, Anastasio “Tacho” Somoza y algunos más. Era lógico, pues todos eran militares y con similares propensiones políticas: el autoritarismo. Además, ese grupo de mandatarios en gran medida fueron los que le aliviaron las penurias del bloqueo a que le tenían sometido los países democráticos, surgidos tras la II Guerra Mundial, debido a las amistades peligrosas que tuvo con nazis y fascistas, que le ayudaron a ganar la guerra civil surgida en 1936 tras el fallido alzamiento contra el gobierno Republicano español.
Perón desde Argentina, durante la posguerra, le enviaba enormes cantidades de alimentos, que mitigaron la enorme escasez de comida. Hubo países que recibieron oleadas de emigrantes, unos huyendo de la escasez de trabajo y abundancia de hambre, y otros del miedo a la represión política por pertenecer al vencido bando republicano. Otros como Venezuela enviaban combustible, aunque en forma irregular por las dificultades para burlar el bloqueo norteamericano hasta entrados los años 50, en que se levantó el bloqueo norteamericano tras firmar el acuerdo de cooperación militar con Eisenhower.
Franco tenía con Hispanoamérica diversos planes de colaboración manejadas a través de unas excelentes relaciones diplomáticas con sus colegas militares; en aquellos países sobraba todo lo que escaseaba en España. Una forma de colaborar era la cultural, aquellos regímenes de facto necesitaban tener reconocimiento internacional y apoyo político para crear bases sólidas y consolidarse en el poder.
El régimen español contaba con un aceptable knowhow inspirado en Mussolini y su “Fascio”; en ese mismo concepto Franco lo llamó “Movimiento Nacional” formado sobre la base de cuatro secciones; política, sindical, femenina y un frente de juventudes, en un partido único, la Falange Española Tradicionalista (FET) que se adjudicó tras la muerte de su fundador José A. Primo de Rivera, aprehendido y fusilado, tras el alzamiento, por el gobierno republicano.
Perón fue el primero que lo imitó fundando el Partido Peronista que se formó también en tres ramas (política, sindical y femenina), que después se convertiría en el Partido Justicialista que crearía las juventudes peronistas; no le iba mal hasta que fue derrocado en 1955. En su exilio recorrió Paraguay, Panamá, Nicaragua, Venezuela, Republica Dominicana, en una especie de Tour de los dictadores, pero finalmente Franco le hospedó confortablemente en Madrid, en la urbanización La Florida primero y Puerta de Hierro después, hasta que en 1972 regresó a la Argentina. En 1974 ejerciendo su segunda presidencia murió, un año antes que su anfitrión, y como éste también en pleno ejercicio de su mandato.
En Venezuela el dictador de turno, Marcos Pérez Jiménez en 1953 necesitaba para su gobierno de facto una operación de relaciones públicas; su ministro del interior Laureano Vallenilla Lanz y allegados, diseñaron un plan de imagen que llamaron “Nuevo Ideal Nacional”, que habían comenzado a promocionar siguiendo el modelo exitoso Brasil, país del futuro, de Stefan Zweig. En el fondo era puro bolivarianismo, otro más, que perfilaba a un héroe investido de fuerte autoridad política, liderando un país a base de un llanerismo excesivo.
Pudieran haber plasmado a un héroe andino, amazónico e incluso caribeño, todo eso era Venezuela, pero el propósito quizá era engrandecer el caudillismo propio de los valerosos centauros criollos como modelo genuino de gobierno para toda la nación. Todo eso con la finalidad de inocular en los medios populares y por qué no, también en los pseudoculturosos, los valores patrióticos del Nuevo Ideal perezjimenista.
Mientras, en los primeros años 50, Francisco Franco empezaba a exportar lo que llamó política de hispanidad, con la idea de acercarse a Hispanoamérica, especialmente a los países con regímenes militares, para buscar por medio de convenios políticos y culturales cómo de maquillar su pasado y mejorar su turbia imagen internacional. Empezaría por mostrar una España con una intensa vida intelectual de carácter abierto, tanto, que incluso se pasaba por alto y se publicaban algunas obras de escritores como Camilo José Cela, considerado por la censura y la crítica franquista como discrepante del régimen. El enorme éxito en Argentina de su novela “La Colmena” le había proporcionado a Cela una bien ganada fama de escritor de primera línea, al mismo tiempo que adquirió en la región una aureola de novelista censurado y hostigado en su tierra, lo que le daba una dimensión internacional de “enfant terrible”.
El régimen quiso usar a Cela y este se dejó; así que se hicieron los arreglos para enviar al escritor de viaje a seis países de Suramérica, que al final quedaron en tres: Ecuador, Colombia y Venezuela, en una especie de embajada cultural para dar conferencias y reuniones en ambientes universitarios y círculos intelectuales y así destacar la imagen nueva y liberal del Movimiento Nacional español instaurado por Franco. Aquella importante misión sin embargo no le acarrearía a Cela ingresos económicos, pero estaba implícito que prestándose al juego del régimen, éste sería más tolerante con el incomodo escritor.
Es así que en mayo de 1953 Camilo José Cela cruzó el Atlántico a bordo de un cuatrimotor de hélice DC4, con pocas pesetas en el bolsillo. Llevaba consigo unos cuantos ejemplares de sus libros, lujosamente encuadernados, para regalar a las autoridades y gente de relieve. El joven, pero ya afamado, escritor español pretendía subsistir en aquellos países improvisando sobre el terreno con los recursos que le fueran saliendo al paso.
Las autoridades locales acostumbraban contratar a personajes connotados para dar charlas y seminarios en instituciones académicas sobre temas de cultura y literatura; contaba con que sus paisanos gallegos de las ciudades a visitar, aprovechando su presencia le contrataran para dar pláticas y diálogos en los Clubs y Centros Gallegos, y quizá en otros centros y casas regionales sobre temas relacionados con literatura e historia de su tierra. Pensaba que gracias a esas actividades, podría enviar algo de dinero a su familia, residente en Madrid.
Cela llegó a Caracas procedente de Bogotá en julio de 1953, siendo homenajeado por diferentes personalidades venezolanas de la cultura y directivos del Centro Gallego. A pesar de no ser un viaje oficial como en Colombia y Ecuador, contó durante sus estancias en Venezuela con la colaboración profesional, y se decía que personal, de la escritora española Amelia Góngora, residente en Caracas, que trabajaba para el desarrollo del turismo, asunto esencial en los planes del gobierno de Pérez Jiménez, a cuyo círculo de amistades pertenecía y tenía los contactos necesarios para introducir al escritor en las altas esferas oficiales. También tuvo ayuda, aunque interesada, de su paisano Silvio Santiago, escritor y director del área cultural del Centro Gallego en Caracas, muy conocedor también de los círculos intelectuales y empresariales venezolanos, así como de los medios de prensa y radio.
*Por falta de espacio el próximo domingo completaré la narración de este curioso asunto de Cela y el perezjimenísmo. O sea que continuará…