El affaire de La catira Pipía Sánchez y Cela (II), por Carlos M. Montenegro
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La semana pasada en la primera parte de este artículo quedamos que Camilo José Cela en julio de 1953, voló a Caracas desde Bogotá donde lo atendieron personalidades venezolanas y representantes de la emigración española y siendo agasajado por sus paisanos del Centro Gallego de Caracas.
Mariano Picón Salas, escritor y reputado ensayista venezolano, presentó a Cela en la Biblioteca Nacional, y fue allí donde conoció a Laureano Vallenilla Lanz, mano derecha y ministro del Interior de Marcos Pérez Jiménez. Hicieron buenas migas y Vallenilla no tardó en ser su valedor.
La presencia en Venezuela de un escritor de la “madre patria” supuso una magnífica ocasión para endosar su reputación al régimen venezolano, hasta el punto que fue nombrado Huésped de Honor de la República, con derecho a diploma y banda. Incluso Pérez Jiménez le concedió una larga entrevista exclusiva para ser publicada en España.
Al parecer, Vallenilla Lanz tenía el proyecto de encargar una obra literaria a un escritor famoso como Ernest Hemingway, Curzio Malaparte o Albert Camus, con la única condición de que debía versar sobre Venezuela; a Cela se le “apareció la virgen”, bien por la coyuntura de su presencia en Caracas, bien por las ventajas de la lengua común, o por ambas, el caso es que el encargo recayó sobre el escritor gallego y por una suma importante, unos tres millones de pesetas, ($18.000 de entonces). El género literario lo elegiría Cela que barajó ente libro de ensayo, de viajes o novela, decidiéndose al final por esta última, y su título sería La Catira (en idioma cumanagoto persona rubia, en especial con el pelo rojizo y ojos verdosos o amarillentos, hija de blanco y mulata, o viceversa) DRAE.
Cela fue invitado a conocer Venezuela sin prisas, en automóvil oficial o en avión facilitado por la Fuerza Aérea, especialmente el Sur, Oriente y los Llanos, con guías locales y todo lo necesario para que al terminar la gira, el novelista conociera a fondo el país y su gente, probablemente mejor que muchos venezolanos.
Durante el extenso periplo durante su estancia en Venezuela Cela recopiló abundante material para su novela: fotos, mapas, prensa y literatura, además de un voluminoso glosario del particular léxico y modismos usados en el país.
El encargo, sin embargo, venía envenenado, el trasfondo consistía en que el libro encargado por el dictador debía opacar a la Venezuela concebida en Doña Bárbara (1929) por Rómulo Gallegos, el presidente democrático derrocado por Pérez Jiménez en 1948, a la sazón en el exilio, acusador inclemente de su dictadura, así como había delatado a la de Juan Vicente Gómez (de 1908 a 1935) en su novela.
El escritor, consciente de sus recursos y ante tanta libertad de acción, tal vez pensó en crear por su cuenta una nueva narrativa venezolanista para halagar al generoso dictador criollo, así que tomó buena nota de lo visto y oído en el viaje y regresó a España, donde se instaló en un magnífico chalet en Mallorca, La casa Cela, gracias a su reciente mejoría económica y se dispuso a escribir La catira, el mote de la rica hacendada Pipía Sánchez; tras la novela del Nuevo Ideal Nacional venezolano, vendría una serie de cinco títulos más encargados también por Pérez Jiménez.
En una carta a Vallenilla Lanz en 1954, le da cuenta de la novela y de la marcha del próximo proyecto: “siempre bajo el título genérico ‘Historias de Venezuela’ voy anotando datos y escenas para los siguientes libros: La flor del frailejón, novela de los Andes; La cachucha y el pumpá, novela de Caracas; Oro cochano, novela de la Guayana; Las inquietudes de un negrito mundano, novela del Caribe y una última que aún no tiene título sobre el mundo del petróleo del Zulia”. Cela escribió La Catira en un escrito híbrido utilizando casi mil giros y vocablos criollos de forma un tanto caótica, por lo que debió incluir un glosario al final del libro para que los lectores, incluso venezolanos, pudieran descifrar aquel galimatías.
Cela regresó ufano a Caracas el 22 de marzo de 1955 para presentar su novela. Pero a pesar del apoyo oficial, con premio literario y todo, la crítica venezolana fue demoledoramente implacable, baste ver fragmentos de algunas reseñas de connotados escritores:
Manuel García Hernández, adicto al régimen, dijo en El Universal: “La Catira es sucia, inmoral y ofende a Venezuela (…) Ni como ficción (…), ni como simple estudio de caracteres regionales, ni como argumento representativo de la cultura que haya podido ver en el llano…”
Y Elías Toro desde El Nacional: “Nuestro novelista emplea en toda la obra una jerga incomprensible compuesta de refranes, modismos, expresiones truncas, palabras incompletas y giros mal usados que demuestran (…) que por más fascinado que estuviera y obedeciendo a la hermosa inspiración que suponíamos en él, no podía en su precipitación asimilar ni comprender al hombre de nuestros llanos”.
Mariano Picón Salas señaló el desfase entre La Catira y las expectativas de las letras venezolanas en 1955: “Mientras que los escritores venezolanos quieren, superando lo meramente anecdótico y coloquial, conquistar los temas y la problemática más general del hombre, el novelista parece llevarnos a los días del costumbrismo, cuando cada página debía acompañarse de un glosario”.
Y Miguel Otero Silva, ante tanto malestar comentó a propósito del lenguaje: “tal vez lo que produce mayor enojo al leer La Catira es el léxico. Todos sus personajes, el cura, el poeta, el abogado (…) la criada y el peón hablan al unísono una jerigonza incomprensible aun para el más curtido de los venezolanos. Es un dialecto singular, construido a base de regionalismos diversos, cubanismos, andalucismos, contracciones arbitrarias, giros inusuales en nuestro idioma, salpicados de obscenidades e indecencias”.
Camilo José Cela, en una entrevista en Últimas Noticias contestó airado ante tamañas críticas bajo el título “No acepto que mi libro ofende deliberadamente a Venezuela” y referente al léxico empleado en La Catira dijo:
“Todas las voces usadas en La Catira las saqué de autores venezolanos, desde el doctor Calcaño, hasta Ángel Rosenblat, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri…El lenguaje empleado en mi novela es, (…) el del bajo, nobilísimo y valeroso pueblo llanero. Al incorporar los desgarrados popularismos venezolanos a mi labor, no he hecho otra cosa que seguir la trayectoria que me marqué en La Colmena al intentar dar valor literario a los también desgarrados popularismos madrileños. En mi libro figura un glosario de venezolanismos que agrupa (…) 896 voces de este país. Esa es mi contribución a la filología venezolana y me considero muy satisfecho de ser corregido y discutido. La lengua la forma el pueblo y nadie más que el pueblo y a él nos debemos los escritores”.
Puede ser verdad el argumento, pero la forma desmesurada de emplear tantos modismos al albur, indica que no había digerido el carácter llanero; También el mero hecho de presentar al caporal de Pipía Sánchez, Aquiles Valle como homosexual es un error entre otros del mismo tenor. En este llano eso podía ser verdad, pero se callaba, al menos en aquellos años.
Ya en entonces el controvertido Cela se mostraba acomodaticio a cualquier circunstancia sobre todo si era en beneficio material o en su loor personal, lo mismo era un ácrata de derechas como un reaccionario del pueblo. Sin embargo, con La Catira no le fue bien, literariamente se entiende, y regresó a España saliendo por la puerta trasera; hay un “dicho” venezolano que explica muy bien el resultado de aquél affaire: “quiso hacer una gracia y le salió una morisqueta”.