El agotamiento de las ideologías (I), por Bernardino Herrera León

Twitter: @herreraleonber
Antes de argumentar la afirmación según la cual asistimos a un período inédito de la historia humana que llamo de «agotamiento de las ideologías», es imprescindible exponer antes qué deberíamos entender por ideología. Sobre todo porque el término ideología se ha convertido en un tema de retórica filosófica. Justo lo contrario de lo que la mayoría de los filósofos tratan de evitar, haciendo esfuerzos para que sus reflexiones sean entendidas por la mayor cantidad de personas posible. Y eso solo es posible exponiendo del modo más directo y simple posible los argumentos.
La ciencia aspira a lo mismo. Comunicarse lo mejor y más claramente posible, evitando el uso de términos polisémicos, de esos que significan muchas cosas a un mismo tiempo; incluso, contradictorias entre sí. O conceptos engorrosos, de los que se usan para impresionar, alardear y hasta para engañar, pero nunca para aclarar y comunicar.
Ideología es uno de esos conceptos polémicos. Cada autor o corriente suele entenderlo de un modo.
Por un tiempo pensé en descartar usarlo porque tendía a generar más confusión que claridad. Hasta que leí la definición propuesta por el economista Douglas North, premio Nobel de 1993, haciéndome cambiar de idea. North define ideología como las ideas y convicciones con las que los individuos toman sus decisiones. La ideología sería así, un gran administrador de las convicciones humanas. Pero eso que North llama ideología es justamente el papel de la cultura. Pero seguí adelante.
Refutando la propuesta de North e inspirado en otros autores que este espacio no me permite mencionar, propongo entender «ideología» como un proyecto político basado en dogmas. Los dogmas, sabemos, son ideas inalterables, indiscutibles e irrefutables. Y una vez alcanzado el poder, ese proyecto político intenta imponer su particular concepción a toda la sociedad. Lo imponer puede ser mediante la manipulación propagandística o por la fuerza.
Pero cuando una ideología recurre a la fuerza como método para imponerse estaría revelando que su capacidad de convencer es débil o nula.
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Asumir este concepto como clave para una teoría de la ideología obliga a recurrir al pasado. Es que se pueden conseguir tantos casos que puede afirmarse que la historia del Estado y de la sociedad siempre ha estado bajo la influencia de las ideologías. Pero, no siempre. En muchos casos la racionalidad se impone. Por ejemplo, el Imperio romano se caracterizó por la tolerancia religiosa y cultural, desde su origen hasta que el Edicto de Tesalónica declarase al cristianismo como religión oficial, a partir de 380. Un siglo después, el Imperio se fracturaría. En lo sucesivo, tanto el cristianismo como el islam intentarían ser, además de religiones, ideologías teocráticas. Solo el islam lo ha logrado. No todos los cristianos ni musulmanes apoyan esta idea, porque la religión es un credo de fe individual y social. Se convierten en ideología cuando se ofrecen como proyecto político absolutista.
Es cierto, qué duda cabe. La ideología ha guiado o influenciado en la gobernabilidad desde los tiempos más remotos. La esclavitud y el apartheid, las causas de las guerras de saqueo y exterminio, entre otras, son justificadas como moralmente correctas por las ideologías.
Pero también la racionalidad práctica ha prevalecido. De lo contrario, hace mucho que la civilización humana habría dejado de existir o ni siquiera habría tenido alguna posibilidad de hacerlo. La barbarie reinaría en los horrores de las guerras y de los regímenes tiránicos. Porque las ideologías siempre conducen, sin excepción, al colapso de las sociedades que tienen la desgracia de dejarse controlar por ellas.
Y, tras el vacío de toda forma de civilización, es decir de reglas de convivencia, solo queda la arbitrariedad y la barbarie.
Todas las ideologías, también sin excepción, muestran un puñado de patrones comunes. Veamos algunos de estos patrones. Todas las ideologías son «supremacistas», pues concentran en un sujeto superior el llamado a gobernarlo todo. Ese sujeto puede ser una clase social, una religión, un género, una nacionalidad, una raza. Otro patrón es el dogmatismo, que son verdades eternas e indiscutibles. De allí que el filósofo Antonio Escohotado las califique de «enemigas de la realidad». Otra característica es que todas son conflictivistas. No conciben otro modo de existir e imponerse sino mediante la manipulación o la coacción por la fuerza. Justifican la violencia y la extinción contra todo lo que disienta o se oponga a sus intenciones.
Por último, para dejar de contar hasta aquí, todas las ideologías son discriminadoras. Impondrán siempre el predominio de un grupo sobre otro, sea clase social, género, raza, extranjero, religión o símbolo, a los que hay que apartar, perseguir, expulsar o aniquilar.
Puede elaborarse una lista de las ideologías tristemente célebres. Se perciben numerosas porque suelen versionarse con los nombres de sus caudillos. Pero vale mencionar las matrices. En orden cronológico, el primero en esa lista es el «pobrismo», categoría propuesta por Escohotado, cuya premisa central es considerar a la propiedad como un robo, por lo que su propósito final es eliminar los derechos de propiedad. Esta casi inmutable y antigua premisa ideológica es adoptada por muchas ideologías.
Siguen otras ideologías muy conocidas. El «tribalismo», donde la pertenencia a la tribu es el principio básico de reconocimiento y supremacía, y que puede aplicarse a los grupos delictivos locales de la actualidad. El «racismo», donde la pertenencia a una etnia es la base de reconocimiento y supremacía social. El «nacionalismo», dicha base se fundamenta en haber nacido o en pertenecer a una nación. El «anarquismo», que propone el desconocimiento del Estado como rector social y la supremacía del individuo autogobernado como sentido esencial de la sociedad. El «comunismo-socialismo», basado en la supremacía del Estado que, en representación de una clase social, se impone a los individuos separados en grupos o clases sociales. El «fascismo», un cóctel combinado de socialismo, nacionalismo y racismo. El “fundamentalismo religioso”, basado en supremacía de una religión sobre las demás, dentro de un Estado teocrático.
Las «neoideologías», que suman un ramo de movimientos ideológicos como feminismos radicales, ideología de género, ambientalismo, indigenismo, animalismo, veganismo y un largo etcétera.
Definido el concepto de ideología e identificadas las más conocidas, faltaría entonces desarrollar el concepto opuesto a ideología, que llamo «ideas racionales», o simplemente «racionalidad». O también «doctrinas racionales». Pero lo explicaré en la segunda parte de este modesto artículo.
Podemos, sí, concluir en esta primera parte que asistimos a la decadencia de las ideologías. Varias son las señales de esta inédita fase de la historia. Pongamos dos. Una, que cada vez más las ideologías recurren al fraude, al engaño y a la fuerza para imponerse. Y dos, que el nuevo medio de comunicación recién disponible que llamamos redes sociales (RRSS) se ha convertido en el escenario de la confrontación cultural entre las ideologías y las doctrinas racionales. La singularidad interactiva de las RRSS, a diferencia de los medios tradicionales, ha dificultado el predominio de la manipulación ideológica. Las ideologías pierden cada vez más terreno en la batalla cultural que allí se escenifica. Pero de eso hablaré en la segunda parte, la semana próxima. Lo prometo.
Bernardino Herrera es docente-investigador universitario (UCV). Historiador y especialista en comunicación.
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