El amo, por Teodoro Petkoff

El caso de Miriam Kornblith-CNE se inscribe claramente dentro del proceso de desinstitucionalización que ayer comentamos. La vocación autoritaria del gobierno de Chávez, que lo impulsa a controlar determinantemente todas las instituciones del Estado, como un mecanismo de fortalecimiento del poder personal de Yo El Supremo, tiene una expresión particularmente elocuente en el episodio Kornblith.
Los hechos, mondos y lirondos, no requieren mayor explicación. En su decisión del 25 de agosto de 2003, la Sala Constitucional del TSJ, al designar a los integrantes del CNE, nombró como suplentes de Ezequiel Zamora a “la ciudadana Miriam Kornblith Sonnenschein y la ciudadana Carolina Jaimes Branger”. Que Kornblith es la primera suplente de Zamora está pues fuera de toda duda. Pero, adicionalmente, la Sala Constitucional en el numeral 3 de su decisión estableció: “La Sala garantiza, al Poder Electoral que ella nombre en forma provisoria, la mayor autonomía, tal como corresponde a uno de los Poderes Públicos”.
Esto significa, en dos platos, que para todo cuanto atañe a su funcionamiento, el CNE es absolutamente autónomo respecto de los demás poderes y se cae de maduro que todo cuanto tiene que ver con su organización interna es de su absoluta competencia. Así, por lo demás, lo señala la Ley del Poder Electoral, artículo 7: “Ejerce (el Poder Electoral) sus funciones autónomamente y con plena independencia de las demás ramas del Poder Público”. La Ley del Poder Electoral dice, en su artículo 13: “Las o los suplentes cubrirán las faltas temporales o absolutas de las Rectoras o Rectores Electorales correspondientes”. Aquí no hay pa’ dónde coger.
La renuncia de Zamora significa la falta absoluta de ese rector, que debe ser cubierta por sus suplentes, a tenor de lo que establece la ley. Su primera suplente es Miriam Kornblith. Por cierto, esta no supliría a Zamora como vicepresidente del CNE, sino como rector. “Una vez incorporado el suplente correspondiente y declarada la vacante por el CNE”, dice la Ley del Poder Electoral, “las faltas del Presidente o el Vicepresidente serán cubiertas por la designación de una nueva o un nuevo titular”. Es decir, el CNE debe designar un nuevo vicepresidente, que no necesariamente tendría que ser Kornblith. Pero lo que está fuera de toda duda es que la incorporación de esta sólo podría ser negada retorciéndole el pescuezo a la ley de un modo realmente escandaloso.
El gobierno posee una mayoría automática en el CNE y la presencia de Kornblith no variaría la correlación, sino que la mantendría. Pero la voluntad de control absoluto de las instituciones aspira a más; aspira a reducir al mínimo o a borrar toda presencia disidente. Los poderes del Estado sometidos a la voluntad del Ejecutivo, perdido el rol institucional que les es propio, transformados en meros apéndices de Miraflores, no pueden ejercer ninguna función de control sobre la gestión pública ni pueden contrapesar la expansión de esas tendencias patológicas a la burocratización y la ineficiencia que de pronto le están quitando el sueño a Chávez. En un régimen personalista la única institución válida es la voluntad del caudillo. Pero eso tiene un precio para este: la burocratización, la ineficiencia y la jaladera de bolas, que, desde la perspectiva del país en su conjunto, lesionan gravemente la vida democrática.