San Agustín, Cheo Pardo y Nacho: destellos de un reencuentro posible
Qué rápido puede esfumarse el espíritu de reconciliación, especialmente cuando algunos privilegiados optan por negarse a él. Así parece haber ocurrido en la parroquia San Agustín, que pasó en apenas tres semanas de respirar aires de encuentro a la confrontación más repetida.
El 6 de enero de 2023 el Afinque de Marín fue escenario de baile, risas y música. Allí se dio cita el venezolano José Luis «Cheo» Pardo con sus playlist para mover el cuerpo, las que comenzó a compartir en tiempos de pandemia para acompañar los viernes de encierro y luego comenzó a mostrar en espacios colectivos.
No fue el único protagonista de «San Agustín, al son de la bendición”, como se llamó el evento que convocó a propios y extraños de la parroquia, nacionales y extranjeros, ricos y pobres, blancos y negros, chavistas y opositores. A la tarima también se subió Danel Sarmiento, fundador de Desorden Público, con su Dr. Dub con el que brindó cátedra de ska; José Delgado con su trova contemporánea y los tambores yoruba de Cabio Sile Changó.
Frente al escenario, cuerpos moviéndose, sonrisas dibujándose, alcohol corriendo y risas sonando. No había distinciones. Sobre el mismo cemento y bajo el amparo de los mismos murales coloridos bailaban propagandistas de VTV, funcionarios ministeriales, miembros de la AN-2020, directivos de canales del Estado y demás figuras del oficialismo muy militante, pero también directivos de partidos políticos opositores, integrantes del equipo de trabajo de Juan Guaidó, atacados desde el poder, académicos ignorados y otros excluidos. Los vimos.
Y no hubo problema alguno.
Un logro más para los organizadores, 100% San Agustín, y una esperanza para la ciudad en 2023. Así lo sintieron, pues Reinaldo Mijares, coordinador de la organización, dijo aquella noche que «esto es una pequeña luz para Caracas».
Aquel destello debe haber molestado a más de uno, particularmente a quienes no admiten sino la confrontación y la exclusión como forma de entender la sociedad. Ellos y nosotros. Patriotas y enemigos.
Quedó patente con el evento que se organizó con el cantante Nacho el 26 de enero. Habían pasado apenas 20 días, y lo que se vio en el Afinque de Marín confirmó el secuestro urbano.
Cuando ya estaba armado el sonido, instalados los músicos, puestos todos los cables y la infraestructura para el show, llegó el cantante, y fue interceptado por militantes del oficialismo que lo increparon hasta expulsarlo del lugar. No pudo cantar, no pudo grabar.
Algunos gritaron «fuera», otros corearon «que cante». Los primeros se impusieron, y cómo no si estuvieron liderados por la estructura del partido. De allí que quedaran las imágenes de la diputada 2020 Rodbexa Poleo encarando al artista por «vende patria», asumiendo la vocería de una comunidad en la cual ya no vive. «San Agustín es una parroquia chavista», clamó.
Lástima, cualquiera hubiera pensado dos semanas antes que San Agustín era una parroquia para el reencuentro, además a punta de son.
El show de Nacho pudo haber sido negado desde antes. Imposible creer que los líderes comunitarios de la zona no sabían quién se presentaría aquella tarde, que todo el montaje se hizo sin avisarle nada a nadie. ¿Por qué entonces armar tal escándalo y grabarlo y demás? Quizá para impulsar un mensaje que no hubiese logrado trascender si el asunto se resolvía en privado. Propaganda.
Tal vez la experiencia del 6 de enero fue tan solo ejemplo de lo que pudo ser. Queda en manos de los vecinos del lugar determinar cómo se verán a sí mismos en los días y tiempos por venir. Mientras tanto, un pueblo seguirá buscando un compás compartido mientras los poderosos bailarán al ritmo de su propia clave, sin deseos de cambiar ese disco rayado.