El Camaleón, por Teodoro Petkoff
¿Qué fue ese discurso de Chávez el viernes pasado? ¿Un rayo místico que lo tocó? ¿Un consejo de Fidel? ¿Un ejercicio de introspección? ¿Un inicial arranque de autocrítica? ¿Una mamadera de gallo que dentro de pocos días estará olvidada? ¿Ninguna o alguna de ellas? En todo caso, y hasta nuevo aviso o cambio de conducta aquí lo vamos a tomar muy en serio. Una persona como Chávez, que concede tanta importancia al valor de lo simbólico, terreno en el cual ha ganado buena parte de sus batallas, no iba a meterse con tres valores simbólicos de tanta valía como esos con los que tan duramente arregló cuentas ese día de la semana pasada. Chávez no habló para el país, en todo caso no para todo este. Habló fundamentalmente para el PSUV y para la FAN.
Con su estilo clásicamente no-democrático, sin discutirlo con nadie, sin debate alguno ni siquiera en la dirección del cada vez más ficticio partido de gobierno y tampoco con los militares (aunque con estos no es necesario porque están educados en la obediencia), les cambió la seña y les impuso tres nuevas maneras de entender el «proceso», a través de sus consignas y símbolos principales. Enfrentó tres valores muy caros para el chavista de a pie y sobre todo para el chavista más radical: primero, la franela roja que los identifica y los afirma como participantes del «proceso», la que permite «chapear» indiscriminadamente; segundo, el lema de «patria socialista o muerte», sustituido por uno aún más extravagante: «patria socialista… viviremos y venceremos»; tercero, el uso generalizado del término «socialista» hasta para bautizar a una mera avenida de ese modo.
El terreno de lo simbólico no es nada trivial ni banal para Chávez. Hubo allí un mensaje muy claro de campaña electoral. Para él, el radicalismo ya no es rentable. Hay que moderar mensaje y conducta. Que cada quien se vista como le plazca. No hay porqué diferenciarse en la vestimenta. Ahora, la muerte no es alternativa. Lo era cuando podía hablarse de ella en abstracto, ante la fantasmagoría de una imposible invasión del «imperio»; pero cuando la muerte asoma su fea cara en su propio organismo, entonces toda épica queda de lado.
¿Morir? ¡Ni de vaina! Se la exorcisa en la consigna. Además, no sigamos cho teando el «socialismo», con el uso «estúpido» (Chávez dixit) del término. Lo curioso es que fue Chávez mismo quien impuso el rojo-rojito como uniforme oficial; fue él mismo quien inventó la consigna de «patria, socialismo, etc.», y nadie más que él fue quien nos metió el «socialismo» hasta en la sopa. Ahora hay que poner el retroceso.
¿Cómo caerá esto en el PSUV, donde se enteraron como los demás venezolanos, por televisión? ¿Se atreverá alguien a cuestionar la decisión del jefe máximo? ¿Y en la FAN? Mejor es no preguntar.
Pero si debiéramos definir con una sola palabra la situación del mundo cha vista no hay otra más elocuente que desconcierto.