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El campo de concentración Buchenwald no olvida, aunque la ultraderecha alemana insista



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María de los Ángeles Graterol | junio 13, 2025

En Buchenwald, uno de los campos de concentración más emblemáticos del régimen nazi, hoy se libra otra batalla: la de la memoria frente al olvido y la manipulación histórica. Jens-Christian Wagner, director del memorial, denuncia el avance de la ultraderecha en Alemania que busca borrar estos espacios de recuerdo. Entre robos de placas conmemorativas, discursos negacionistas y amenazas, el memorial no solo preserva los hechos, sino que educa para el futuro. 

Fotos: María de los Ángeles Graterol 


La memoria de las víctimas del Holocausto no se entierra. No la cubre el polvo del calendario ni el paso rápido del siglo. El tiempo avanza, sí, y con él se apagan los testimonios vivos del horror. Muchos rozan los cien años. Son los invitados de honor en las ceremonias conmemorativas,  portadores de una verdad que no cabe en los libros. Pero ¿y cuándo ya no estén? Para eso existen los memoriales,  los campos de concentración abiertos al viento y al asombro, uno pensaría. Sin embargo, en Alemania, donde la historia debería pesar como plomo, la extrema derecha —personificada en la coalición Alternativa para Alemania (AFD)—  comienza a cuestionar la existencia misma de estos espacios.

Turingia, al centro del mapa germano, da piso a Weimar, ciudad pequeña y luminosa, cuna del clasicismo, del humanismo europeo, del pensamiento ilustrado. Hoy, las calles que alguna vez desbordaron fieles de Hitler vibran con turistas entrando y saliendo de hoteles como el Elephant, cuyo balcón fue podio del Reich y su fachada sostuvo las esvásticas como escudos. Ya no hay escombros ni edificios destruidos por la guerra, pero aún se proyecta una sombra.

Björn Höcke, jefe del grupo parlamentario de AFD en el Parlamento regional, pidió que se abandonen los esfuerzos por resguardar la memoria y hasta llamó “monumento de la vergüenza” al Memorial para los Judíos asesinados ubicado en Berlín. Actúa en consecuencia. Y muchos otros, sin cargos ni micrófonos, también lo hacen. Desde la cotidianidad.

En el campo de concentración de Buchenwald, a las afueras de Weimar, cada vez se registran más actos de apología al nazismo. Placas conmemorativas de judíos aparecen grafiteadas con esvásticas. Pasa dos meses al mes. Otras son robadas por grupos neonazis que las exhiben como trofeos en sus casas.

Jens-Christian Wagner lo contó en entrevista con TalCual, desde el mismo patio en que miles de prisioneros judíos eran formados tras cruzar la gran reja metálica donde aún puede leerse, en alemán:  “Jedem das Seine” (“A cada uno lo que se merece”).

Wagner es historiador especializado en la era nazi y experto en políticas de la memoria. Desde hace cinco años dirige el campo de Buchenwald y está al frente de la Fundación Memorial que lo administra. El año pasado, en pleno jaleo electoral parlamentario y en medio de su férrea lucha contra el extremismo de derecha, recibió cuatro amenazas de muerte. Cartas escritas a mano. A su equipo le han espichado los cauchos tres veces en el último año. A él, incluso, le cambiaron la placa del carro: «Puede parecer una broma,  pero la policía me dijo que claramente es un mensaje: sabemos que es tu auto y sabemos dónde vives».

Reconoce lo peligroso de su labor, pero no tiene miedo. Lleva décadas estudiando la historia judía, dirigiendo memoriales diferentes estados alemanes, haciendo de la memoria no un muro del pasado, sino un puente para no repetirlo.

Jens-Christian Wagner estudió historia medieval y moderna, geografía y filología románica en Gotinga, una universidad en Baja Sajonia, Alemania

—Los memoriales en Alemania han sido, durante décadas, custodios silenciosos del dolor y la memoria. Pero hoy, ¿están en riesgo? ¿Podrían desaparecer en un futuro no tan lejano? Eso sería, en cierto modo, una forma de borrar parte de la historia. 

—Esa es la demanda de AFD. Höcke, que es el presidente de AFD en Turingia, ha dicho que necesitamos una vuelta de 180 grados en nuestra política de la memoria. O sea, que no hay que hablar de los horrores de la época nazi, sino que tenemos que hablar sobre el gran pasado de los héroes alemanes. Esa es la política de la AFD y lo que hacemos aquí (en el memorial de Buchenwald) no puede ser parte de esa política, de la historia, de la memoria de la AFD. Por eso exigen que se termine con esto. Creo que  Buchenwald nos muestra qué puede suceder si no respetamos los derechos humanos y por eso hay que preservarlo. Por eso este sitio es tan necesario. Y esa es la razón por la que la AFD nos quiere cerrar.

—Desde la fundación de Alternativa para Alemania en 2013 hasta hoy, ¿cuánto han crecido los actos de odio y vandalismo contra Buchenwald?¿Ha tenido impacto ese discurso revisionista sobre este lugar y sobre su trabajo diario? 

—Yo diría que creció un 1000%, más o menos. En 2015 teníamos 10 asuntos. Ahora tenemos 100. Hay un clima general con aumento de revisionismo, de negacionismo. Y eso se puede ver también aquí por las reacciones del público con, por ejemplo, jóvenes que gritan «Heil Hitler» (Salve Hitler) o «Sieg Heil» (¡Salve la victoria!); jóvenes que muestran el saludo nazi y se hacen selfies en frente de los hornos crematorios para publicarlos en las redes sociales. Eso pasa casi cada día, cada vez más agresivo. Y mostrar el saludo de Hitler es una cosa, pero hay algo en las visitas guiadas que está aumentando.

Dicen (estudiantes visitantes) “bueno, ahora hemos escuchado tanto sobre Buchenwald, y no lo niego, por supuesto, pero díganme algo sobre los Rheinwiesenlager”. Eran campos para prisioneros de guerra alemanes capturados por los aliados, sobre todo por los estadounidenses. Ahí cerca de 10 mil prisioneros alemanes murieron. 10 mil de un millón. Eso es el hecho histórico, pero el mito es que  ahí murieron hasta seis millones de prisioneros alemanes. Ese número no es por casualidad, es porque es la misma cifra de judíos asesinados. Lo llaman el holocausto contra los soldados alemanes. Dicen que las fotos de los cadáveres que está en el crematorio en realidad son de alemanes que los americanos trajeron para decir que eran judíos o prisioneros políticos para acusar a la SS. 

Ese es el mito, es negacionista. Y eso se escucha muchas veces. Nuestros guías tienen que saber cuáles son los mitos negacionistas para poder discutirlos con la gente. Nosotros lo llamamos “fake history” y ese es un problema más y más grande.Tiene mucho que ver con la digitalización mundial de la información. Esto (los mitos) no es nuevo. Los nazis mismos inventaron el negacionismo, pero hace 20 años era muy difícil conocerlos porque eran publicados en libros que no se vendían en librerías oficiales, sino que en lugares oscuros. Ahora necesitas como dos segundos para encontrarlos. En las redes sociales, se difunden y radicalizan.

—Alemania cuenta con leyes que penalizan el negacionismo. ¿Hasta qué punto se hacen realmente efectivas cuando este tipo de discursos circulan en redes sociales?

—Si yo veo esto en redes sociales, yo hago una denuncia en la policía, pero mi experiencia es que 99% de esas denuncias no sirven de nada porque no se puede encontrar quién es o la gente dice «yo no he puesto este tweet, fue alguna otra persona”. Hay algunas redes que no colaboran con las autoridades alemanas, X, por ejemplo. Entonces no se puede hacer nada. 

—Vemos muchas visitas escolares en Buchenwald. ¿Estas excursiones son obligatorias en el sistema educativo alemán o dependen de cada institución?

—No es obligatorio. Hay una gran discusión actualmente sobre visitas obligatorias a los memoriales, pero hasta el momento no lo es. Aún cuando no es obligatorio una visita, yo estimo que por lo menos un 50% de los jóvenes, o quizás más, visitan un antiguo campo de concentración por lo menos una vez durante su carrera estudiantil.

Tenemos tantas clases que estamos overbooked. Si quieren tener una visita guiada tienen que anunciarlo con tres años de anticipación. Este es realmente un problema porque ningún profesor sabe qué curso tiene en tres años. Eso pasa todos los días, que los profesores llaman y dicen «vamos a ir a Buchenwald la semana próxima». Mis colegas tienen que decir “Quizás en tres años, ahora estamos ocupados”.

No tenemos personal ni recursos, como salas de seminario, por ejemplo. Porque nuestro concepto es didáctico, que una visita no es solamente un circuito guiado por nuestros guías, sino también trabajo con las fuentes históricas, con documentos, con fotografías, con testimonios de sobrevivientes.

No se aprende nada en un circuito de una hora y media. Y esa es la discusión que tenemos ahora porque la ministra de educación del gobierno federal ha dicho que necesitamos visitas obligadas para estudiantes.

La idea de esos políticos es que se traen los escolares a los memoriales para que participen en un circuito y después son abstinentes a toda idea totalitaria, todo el racismo, todo el antisemitismo y eso no funciona. Una visita a un memorial no es una vacuna democrática. Eso no sirve. Por eso nosotros decimos que nuestro fin no es aumentar la cantidad de gente que visite Bunchenwald sino la calidad (de los recorridos).

—Ha señalado previamente limitaciones en personal y recursos . ¿Esa situación se ha agravado en los últimos años? ¿Ha habido recortes concretos o históricamente han trabajado con lo mínimo?»

—Siempre ha sido así, más o menos. Y eso significa que no es suficiente. Ya necesitamos más, pero la realidad aquí en Turingia es que este año no tenemos presupuesto todavía, porque no hay presupuesto federal debido a que no teníamos gobierno hasta mayo. 

Esperamos tenerlo en septiembre u octubre. Y hasta ese entonces solamente podemos gastar lo que es fijado por leyes. No podemos gastar algo nuevo. Y no podemos hacer nada sin presupuesto. Pero esperamos un nivel más o menos idéntico al año pasado y con eso eso no basta, pero podemos sobrevivir. Hay otros, estados en Alemania, como Sajonia, por ejemplo, donde se han cortado los presupuestos para el trabajo en los memoriales.

—¿Qué razones se han dado oficialmente para esos recortes en los fondos destinados a los memoriales?

—Bueno, han dicho que por dos razones. La primera es que hay problemas económicos, que no hay plata. Y la otra es que dicen que hay cosas más importantes que financiar. “Entonces, vamos a cortar en áreas que no son tan importantes. Es una cuestión de prioridades”, dicen. 

 

Ya casi al final de la caminata por el memorial, el profesor Jens-Christian Wagner se detiene y suelta de repente: ¿Ves esos dos hombres de allá? 

Recién habían pasado por un costado. 

—Tienen tatuajes nazi. No eran tatuajes de símbolos prohibidos, así que no se puede hacer nada legalmente. Si no estuvieran de camino a la salida, yo llamaría a la seguridad. 

—¿Y vienen a provocar?

—Quizás. Hace unas semanas  yo estaba allí en la puerta, en una entrevista con la televisión alemana, y justamente en ese momento entraban tres tipos como esos y dijeron así: «Wen sollen wir jetzt vergasen?» (¿A quién vamos a gasear ahora?). En ese momento yo llamé a la seguridad. No pueden volver a entrar. Tenemos una medida que se llama «Hausverbot.», que es contra la alteración del orden público. Eso nos facilita hacer algo contra ellos.

—¿Piensa reforzar la seguridad acá? 

—Sí, pero eso es difícil porque la superficie del memoria es tan grande y no tenemos control completo. Lo que estamos planeando ahora es reforzar la seguridad por cámaras de video. Tenemos tres o cuatro cámaras ahora. Se va a aumentar. Y por supuesto tenemos un sistema de alarma en todas las casas. Necesitamos cámaras, por ejemplo, en los crematorios donde esa gente hace selfies (frente a los hornos).

—¿Vive con miedo en su trabajo? 

—No. 

—Pero usted ha sufrido amenazas de muerte.

—Sí, el año pasado, hubo una ola de amenazas antes de las elecciones en el parlamento de Turingia. Era una fase muy política, muy ardiente. En esa etapa yo estaba más o menos omnipresente en los medios diciendo que la Alternativa para Alemania es un peligro para nuestra democracia y por eso me amenazaron.

—¿Lo han amenazado de muerte este año, en el contexto de las elecciones federales?

—Amenazas sí, pero no de muerte, por cartas anónimas, escritas en papel. Yo siempre denuncio ante la policía y toman el ADN  y todo eso pero no se ha encontrado nada. Y sí, las amenazas eran más el año pasado que ahora, pero eso puede cambiar mañana. Nunca sabemos.

 

La noche anterior al encuentro en Buchenwald, hubo un robo. Los ladrones se llevaron placas conmemorativas de víctimas judías. La policía llegó veinte minutos después de que se activara la alarma, pero aún no hay sospechosos. Aunque no se puede confirmar un trasfondo político, pero lo que se llevaron deja pocas dudas: «eran neonazis que lo robaron para tenerlo como trofeo en casa». Jens-Christian Wagner no duda en su intuición. 

Desde 1950, Buchenwald se convirtió en lugar de memoria. Pero no ha sido siempre el mismo. Primero fue el recuerdo del campo de concentración nazi; luego, el del campo soviético que lo sucedió tras la guerra; después, el del memorial erigido durante la República Democrática Alemana. Cada etapa le sumó capas de sentido, de tensión, de interpretación. Y sí, hoy, esos tres estratos conviven en un mismo suelo: el del recuerdo. Este año se conmemoró el 80 aniversario de la liberación, una cifra redonda que trajo consigo a los últimos testigos. El mayor tenía 102. Para el 90 aniversario, quizás ya no quede nadie.

Pero lo que de verdad amenaza la permanencia de estos espacios no es el tiempo. Es el avance de fuerzas como Alternativa para Alemania (AFD), que cuestiona abiertamente el valor de la memoria y propone, sin rodeos, dar un giro de 180 grados en la narrativa histórica del país. Ya no hablar de crímenes, sino de glorias. Ya no recordar a las víctimas, sino exaltar a los supuestos héroes. En ese proyecto no caben ni Buchenwald ni los otros memoriales que sostienen el relato incómodo, el relato verdadero.

Por eso Buchenwald resiste. No como museo del espanto, ni como exposición de ruinas. Sino como un espacio donde la historia se estudia con documentos, con fotografías, con voces. La memoria necesita cuerpos presentes, voces activas, espacios vivos. No se trata de confrontar con el horror, sino de generar comprensión histórica. El memorial, más que conmover, busca enseñar, porque no es una vacuna contra el odio, pero sí una advertencia escrita en piedra, en metal, en viento helado: esto puede volver a pasar. Solo si se recuerda, no se repite.

56.000 prisioneros que pasaron por las barracas de Buchenwald murieron. Abril de 1945.

Vista desde el patio central de Buchenwald. Las barracas fueron destruidas en 1944, antes de la liberación de los aliados. Junio de 2025.

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