El canciller Chaverton, por Teodoro Petkoff
Autor: Teodoro Petkoff
Como es usual en las cumbres internacionales, cuando en ellas existen puntos de vista divergentes, la declaración final de Monterrey es lo suficientemente ambigua, en relación con los puntos polémicos, como para que ninguna de las partes sienta que perdió la cara. En esta ocasión, el párrafo sobre el ALCA no recogió exactamente lo que quería Estados Unidos pero tampoco expresó cabalmente la que ha venido siendo la posición de Brasil sobre este asunto. Se produjo una transacción, que acogieron EEUU, Brasil y Argentina (es decir, Lula y Kirchner), pero no Venezuela (Chávez), que en ese punto dejó sentada una reserva.
Sin embargo, más allá de la declaración, las negociaciones previas y los mismos debates pusieron en evidencia la existencia de nuevas tendencias en América Latina, que promueven una relación menos asimétrica e injusta entre EEUU y el resto del continente. En este caso, el principal aspecto contencioso, referido al pulseo que sostienen Estados Unidos y Brasil sobre el ALCA, fue la piedra de toque. Desde luego, aunque opuestos a la versión norteamericana del ALCA, hay diferencias de enfoque entre Lula y Kirchner de un lado y Chávez del otro.
Los dos países más grandes de Suramérica negocian –que es lo sensatamente realista– su modo de insertarse en el ALCA; Venezuela pareciera descartar, a priori, su participación, al menos públicamente… por ahora. Pero estas posturas críticas frente al ALCA, coincidentes en lo general, entre las tres mayores economías suramericanas, anuncian que lo que EEUU quisiera fuera la rápida recta final de las negociaciones pudiera resultar mucho más trabajosa y lenta porque las contradicciones en juego no son poca cosa.
Por otra parte, aunque no formó parte de la agenda de la cumbre, el tema del acceso al mar para Bolivia, inevitablemente, entró en escena. No porque, como en su infinita vanidad pudiera creer Chávez, que él lo metió, sino porque el Presidente de Bolivia, que se mueve sobre un piso vidrioso en su país, sometido a las fuertes presiones de los movimientos campesinos indígenas, sabe que el tema de la salida al mar le ayuda a fortalecer la precaria legitimidad de su gobierno. Pero Chávez, tan celoso frente a opiniones de otros gobiernos sobre el suyo, deja como niños de pecho a Roger Noriega y Condoleezza Rice en materia de impertinencia y brutalidad a la hora de meterse donde nadie lo ha llamado. Su grosera alusión a que “no le importa” que Chile rompa relaciones con nuestro país, revela una concepción inaceptable de la política exterior.
Ni siquiera la prudente actitud de Brasil y Argentina, que comparten extensas fronteras con Bolivia y poseen fuertes intereses allí, le aconseja a Chávez la misma actitud. Podemos estar seguros de que si algún gobierno del continente expresara posiciones semejantes a las suyas, a favor de Colombia, por ejemplo, en el diferendo con nosotros, o a favor de Guyana en la reclamación pendiente, Chávez se rasgaría las vestiduras y pondría el grito en cielo. Pero él se siente autorizado para entrometerse irresponsablemente en los asuntos bolivianochilenos, tan sólo porque piensa que eso puede ayudar a la “revolución” en Bolivia. Está jugando con candela.