El Cancún de Chichí Smith
El sueño que Chichí Smith quiso compartir con sus coterráneos de Carirubana era hacer de su terruño “un segundo Cancún”. Al menos era lo que pregonaba. Y a decir verdad, le metió decididamente el pecho a la obra. Más que el pecho, le metió un cerro de dólares a una labor de ornato en la que no quedaron fuera ni la iglesia ni la plaza, ni el gimnasio, ni el remozamiento de la fachada marina en la cual compró viejas rancherías y edificaciones para despejar la orilla de la playa.
Prometía que el cerro al pie del cual antes languidecía la antigua aldea de pescadores quedaría constelado de hermosos chalets. Todo bien bonito. Se corre el rumor que compró algunas quinticas que pagó generosamente con montos que llegaron a 60 mil dólares y uno o dos vehículos, según sus dimensiones.
El sueño era un tanto desproporcionado porque con preguntarle a Google se sabe que Cancún es un complejo turístico de más de 180 hoteles con fama mundial, al lado del cual la estrecha bahía de Carirubana y su modesto cerro resultaría un pesebre navideño. Pero por algún lado se empieza. Carirubana sería el nuevo motor turístico de Paraguaná después que se vino abajo la zona franca, pero dejando una importante infraestructura hotelera subutilizada.
El pueblo de Carirubana, no era para menos, se resteó y sigue resteado con Chichí Smith, que les garantizaba su bolsa de comida bien resuelta, nada de mediocres productos CLAP y distribuidas no una vez por la cuaresma, sino con puntualidad mensual. Muchacho que salía de sexto grado, muchacho que tenía su teléfono inteligente. Con más razón si se graduaba de bachiller. Antiguas glorias de la lucha libre falconiana comenzaron a entrenar a los jóvenes.
Cuando después del decomiso en costas de Curazao de un cargamento de coca cuya propiedad se atribuyó a Chichí Smith los cuerpos de seguridad llegaron para allanar la Fundación Carmen Virginia Martínez, nombre de la mamá de Chichí, se toparon con un pueblo alborotado al que costó doblegar. Manifestaciones y obstáculos en la vía. «Bueno, puede ser que sea narco, pero está haciendo una obra social», lo justificaban sus paisanos de distintas edades.
No hay duda, Smith, cuyos ancestros contrabandeaban en la península desde tiempos inmemoriales, se había convertido en el típico «estado paralelo», más eficiente que el que representan el gobernador Clark y el alcalde Goitía. Y todo en las propias narices del aparato policiaco militar de un régimen que se jacta de saber hasta cuando estornuda un dirigente opositor. Y lo chismea en la tele. No hay peor ciego que el que no quiere, no le interesa ni está dispuesto a ver.