El caudillote, por Teodoro Petkoff
Chacumbele debe estar padeciendo alguna forma de disociación psicológica. De otro modo no se explicaría su reláfica del domingo pasado. Por un lado, dijo que la reelección indefinida, continua, o como quieran llamarla, sólo se aplica para él, negando tal privilegio a los gobernadores, alcaldes y parlamentarios. Pero lo interesante fue el argumento empleado: esos son “caudillitos” regionales que quieren perpetuarse.
Sólo la disociación explica que no perciba que está hablando de sí mismo; que lo que dice de los caudillos regionales viene como anillo al dedo en el caso del “caudillote” nacional. Que su pretensión no es otra que la de un caudillo que quiere perpetuarse en el poder.
Pero esto ratifica que en la intención de la reforma constitucional no sólo está presente la perspectiva de la presidencia vitalicia para Chacumbele, sino el propósito de suprimir todo vestigio de contrapesos al poder del Gran Líder. Yo-El-Supremo quiere cerrar toda posibilidad de que desde gobernaciones y alcaldías puedan conformarse liderazgos que eventualmente confronten el suyo. Además, todavía no ha revelado si pretende volver a los tiempos en que los gobernadores eran designados por el Presidente, pero lo que sí parece impepinable es que se consagrará en el texto constitucional algún mecanismo que permita la destitución expeditiva de aquellos por parte del Presidente, prácticamente sin trámites parlamentarios ni judiciales.
En otras palabras: “Aquí no hay más caudillo que Yo-El-Supremo y me aseguraré de que nadie pueda desafiarme”.
En otro aparte de su show, Chacumbele mandó a expulsar del país a todo extranjero que venga aquí y “hable mal del gobierno”. La disociación alcanza aquí extremos delirantes. El tipo que discursea en Harlem o en Boston contra el Presidente de los Estados Unidos, el que insulta congresos de países con los cuales tenemos relaciones, el que no discute sino agravia a cuanto jefe de Estado o de gobierno discrepe de él, en fin, el metiche por excelencia, se molesta porque aquí, como en todos los países democráticos del mundo, venga gente que opina negativamente sobre el gobierno. Una opinión adversa, según su peculiar óptica disociada, sería irrespeto a nuestra soberanía. En cambio, la injerencia de miles de cubanos en nuestros asuntos internos, incluso en posiciones de gobierno, Yo-El-Supremo la considera completamente normal.
Finalmente, Chacumbele se quejó nuevamente de los megasueldos de sus altos funcionarios. Podríamos darle la razón de no ser que, habilitado como está, nos veamos forzados a preguntarle por qué no promulga un decreto con fuerza de ley, que establezca un tabulador para los sueldos de los altos funcionarios, fijando los topes correspondientes para los más altos. No lo hace ni lo hará porque esta revolución, sobre todo en cuanto atañe a la ética de gobierno, es puro bla-bla, pura hipocresía, pura moralina, puro discurso. Ni obras ni amores.