El chavismo era Chávez, por Teodoro Petkoff
La desaparición física de Hugo Chávez, más allá de la circunstancia humana que envuelve, posee una singular significación política. Con él desaparece también el proyecto que fue conocido como «chavismo». En puridad, Chávez no construyó nunca un verdadero movimiento político semejante al peronismo, orgánicamente vinculado a la sociedad. Pero ese sentimiento popular y la masa que le daba cuerpo adquirieron la connotación de una suerte de partido, si bien informe y carente de un pensamiento político que pudiera considerarse como doctrinario. Pues bien, cualquier cosa que pudiera considerarse «chavismo» ha desaparecido. El personalismo que caracterizó el régimen del comandante mató ese movimiento. Todo giraba alrededor de Hugo Chávez y faltando este eje, los restos del chavismo giran en una suerte de vacío de liderazgo que sus herederos no son capaces de llenar.
El chavismo, pues, como tal, ya no existe. Existen chavistas, pero dispersos, y pronto los veremos disputándose el legado político de Chávez. Legado político, por cierto, en el cual no es fácil distinguir características ideológicas que le den sustantividad. El chavismo era Chávez y lo que Chávez pensaba y decía, aunque no siempre de modo coherente. Pero su mera figura llenó, a su manera, un espacio de la historia del país. Sin embargo, no estando físicamente presente, tampoco hay chavismo, porque más allá de su figura no había más nada. Por otro lado, ninguno de quienes se disputan su legado posee la envergadura, la contextura política e incluso meramente humana que lo caracterizó y que eventualmente permitiría mantener con vida al movimiento.
Sin duda que subsiste un sentimiento afectivo y emocional chavista en una buena parte de la población, pero carente de una estructura que lo mantenga organizado. Para todo efecto práctico, es decir, políticamente válido y viable, el chavismo puede considerarse en vías de desaparición.
Por otro lado, parece evidente que el presidido por Maduro es un régimen distinto al de su antecesor. Por mucho que Maduro se proclame como hijo de Chávez, la vida real lo irá colocando ante dilemas y retos que se verá obligado a tramitar con sus propios recursos y la imitación de Chávez, que con tanto empeño ensaya, de bien poco le servirá. Porque, el mero fallecimiento de Chávez, en ausencia de herederos de su talante, ha cambiado el país. Por cierto, no necesariamente para mal. Maduro tiene una oportunidad para darle a la política nacional un impulso nuevo, que permita recuperar la manera civilizada y convivente de hacer política, por muy dura y conflictiva que sea esta por su propia naturaleza. Pero, si se empeña en imitar los peores rasgos de su antecesor, como no pocas veces lo hace, tendremos una repetición caricaturesca de un régimen que Chávez, mal que bien y a su manera, hacía funcionar. El gran de safío que se le plantea a Maduro es ser él mismo. De lo contrario, a mediano plazo nos veremos envueltos en una crisis que, de paso, se lo llevará en los cachos.