El cielo nos pinta una paloma
Charlatanes, chapuceros, mercachifles y aprovechadores de toda laya siempre se han multiplicado en tiempos de pestes y grandes calamidades, que a fin de cuentas nada nuevo hay bajo el brillo del astro rey. Será acaso porque las almas de las buenas gentes, el imaginario popular, la crispada sensibilidad de los amenazados se hacen proclives a aquellas manifestaciones que le anuncien su pronta liberación. No es tampoco ajeno al espíritu religioso, respetable pero siempre expuesto a manipulaciones inescrupulosas.
No es descartable, asimismo, que la angustia las convierta en una necesidad. Tan vieja es la cosa que Daniel Defoe, que tenía sólo 5 años cuando una epidemia asoló a Londres en 1665, pero conoció prolijamente los pormenores en el diario que dejó su tío Henry, materia prima para su novela El Año de la Peste (1722), recogió cómo no era extraño que “los que continuamente escudriñaban las nubes vieran formas y figuras, representaciones y apariciones, que eran, en el fondo, nada más que aire y vapor”.
Ángeles vestidos de blanco blandiendo espadas flamígeras, coches fúnebres y féretros flotando en el firmamento. Esto se aparejaba a las interpretaciones que hacían las viejas supercheras de los sueños de otras gentes. Cualquier incrédulo era tildado enseguida de “indecente y guasón”. Líbranos, San Caralampio.
Más de tres siglos después y en tiempos de otra gran plaga irrumpe la interpretación que hizo Maduro de la nimbiforme figura que supuestamente alguien fotografió con su celular. Nicolás se la atribuyó a una familia, pero otros menos ingenuos o desavisados dicen que el prodigio se debe a las infinitas posibilidades que da el repertorio digital para los montajes.
Pero Maduro dice que vio clarito cómo las nubes nos ofrecían una paloma, con alas piquito y todo. “¡Miren eso, Dios Santo! ¡Ahí está Dios, ahí está Dios! ¡Digan lo que quieran, pero ahí está Dios y su manifestación divina!”. Sólo le faltó exclamar: “¡Santa paloma!, al mejor estilo de Robin, el joven maravilla. No obstante, lamentaríamos que se sintiera aludido con el preámbulo y bien sabemos que es imposible entrar en polémicas con quien se erige como heraldo de lo divino, pero quizá sí resulte procedente repetir el extracto con el que el propio Defoe le respondería a viva voz si por aquí anduviera:
“Así van las locas fantasías,
Naos, huestes, lucha en las alturas;
Hasta que calmos los ojos la ilusión disuelven
Y todo a nubes, su inicial materia, vuelven!”