El cornetazo de los taxistas, por Teodoro Petkoff
El sábado pasado los taxistas de Caracas crearon una tranca descomunal. Fue su manera de protestar la muerte de un compañero y la horrible sensación de desprotección que viven. Hace un mes fueron los buseteros de Petare los protagonistas de la protesta. Toda la ciudad se conmociona, pero es que la inseguridad alcanza ya los extremos de una conmoción nacional, de una emergencia nacional.
Dos días atrás un nieto del ministro Miquilena fue herido a balazos porque no atendió o no oyó una voz de alto proferida por policías de una alcabala móvil. Se informa que ya esos agentes han sido sometidos a la justicia. Comentario de un periodista radial: «Si hubiera sido un muchacho de un barrio, ¿la justicia habría operado con la misma celeridad o, como de costumbre, se habría informado que fue ‘herido en un enfrentamiento’?» La tranca de los taxistas, el comentario radial, evocan la percepción generalizada de que existen dos medidas, dos patrones de justicia, dos clases de ciudadanos. El comentarista radial, el taxista, dan salida a un hondo sentimiento de impotencia y de desamparo. No hacemos juicios de valor, simplemente registramos los hechos como manifestación de un estado de ánimo (Ver u6). El ciudadano siente que no está adecuadamente protegido.
La razón no es difícil de entender. El ciudadano no ve una línea de acción coherente y sostenida del Estado contra el delito. Sólo ve operativos frenéticos. Hace ya largos meses Chávez designó una comisión presidencial, encabezada por el entonces ministro del Interior, Dávila, para que en tres meses presentara un plan de acción contra la inseguridad ciudadana. Esa comisión comenzó a trabajar pero cuando Miquilena sustituyó a Dávila en Interior y Justicia, la comisión y sus trabajos desaparecieron de la escena. Pero no fueron sustituidos por nada y al Presidente probablemente ya se le olvidó esa comisión. Pura incoherencia. Incluso esa respuesta estereotipada de los gobiernos cuando la opinión pública se alborota demasiado («sacar la Guardia Nacional a la calle»), terminó también tradicionalmente: al poco tiempo cesó el ataque de epilepsia oficial y la Guardia volvió a sus cuarteles. No hay una línea sostenida y los «operativos», tan espasmódicos como en la Cuarta, dejan un sabor de inutilidad, de cosa ya vista, de la cual se sabe que no sirve para mucho.
Hay, sin embargo, algunas lucecitas al fondo del túnel. Por una parte, la acción decidida de la Fiscalía contra los grupos de «exterminio» en los cuerpos policiales. Lo que comenzó en Portuguesa debe ser extendido a otros estados, porque ese cáncer hizo metástasis. Dimos cuenta de una situación irregular en Yaracuy, donde ya antes habían sido reportadas actuaciones criminales de agentes policiales. La Fiscalía ha extendido su investigación a otros estados. Esto es decisivo para depurar los cuerpos policiales y restablecer la confianza en ellos. En este sentido es necesario respaldar la acción de Isaías Rodríguez.
Por otra parte, a pesar de las declaraciones de Luis Miquilena, se reportan buenas noticias sobre el desenvolvimiento del Plan Bratton. Ojalá que los talibanes del MVR caraqueño no puedan sabotear ese esfuerzo. Pero falta el hilo conductor de una política nacional de seguridad