El coro final, por Paulina Gamus
Twitter: @Paugamus
El hecho de haber vivido mucho me obliga a usar la primera persona en mis escritos lo cual resulta poco elegante. Pero algún privilegio debemos tener quienes ya hemos atravesado la barrera de los ochenta. Esta vez recurro una vez más a esa liberalidad para contar que un día de 1975, siendo yo Directora de Información del Ministerio de Educación, recibí la visita de José Antonio Abreu. No éramos amigos cercanos sino de esas personas que se conocen, reconocen y saludan al encontrarse.
En nuestro caso generalmente en los conciertos del teatro Municipal de Caracas. Me contó de un proyecto que tenía: formar orquestas con niños y jóvenes de todo el país. Me fascinó su idea y fui con él al despacho del ministro Luis Manuel Peñalver. Conversaron, Peñalver también se sintió motivado por el proyecto. El próximo paso fue explicárselo al presidente Carlos Andrés Pérez y así nació lo que luego sería El Sistema.
Siempre fui defensora no solo de ese hijo único y amado de Abreu sino también de su persona en un país donde la maledicencia y la envidia privan por encima del talento y la creatividad. Lo defendí cuando la jauría radical le cayó encima porque asistió a un “Aló Presidente”.
Ese día Chávez reconoció por primera vez algo positivo de los “40 años”: que el Sistema existía desde 1975. La jauría casi se los come vivos al maestro Abreu y a Gustavo Dudamel cuando visitaron a Chávez en Miraflores.
Los odios por Dudamel se extienden hasta el día de hoy a pesar de que rompió con el régimen (o el régimen rompió con él) por sus críticas a la violencia desatada contra los manifestantes de Caracas en 2017. La muerte de un joven violinista de 17 años integrante del Sistema fue el punto de quiebre de esa relación. Han pasado cuatro años.
El reconocimiento mundial al genio de Dudamel como director de orquesta venezolano, no hace mella en quienes no le perdonan que alguna vez haya sido o chavista o complaciente con el chavismo. Pero gracias a que José Antonio Abreu y Dudamel no se enfrentaron al régimen, el Sistema no fue destruido como casi todo lo que servía en este país.
Lo antes escrito sirva como introito al propósito del régimen de obtener el récord Guinness con un concierto de 12 mil jóvenes músicos de El Sistema, el pasado sábado 13 de noviembre. No vi el Concierto en vivo, lo hice el día siguiente en YouTube. Para ese momento en todos los chats en que participo habían aparecido expertos en nazismo que igualaban ese concierto multitudinario con los que hacía Hitler. Expertos musicales que denigraban de la calidad orquestal. Y otra serie de anatemas.
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Estaba dispuesta a defender lo que me parecía defendible sabiendo que corría el riesgo de ser llamada colaboracionista. Por ejemplo, el lugar del acto –el Patio de Honor de la Academia Militar– no tenía un solo pendón, afiche o pancarta con los ojos de Chávez o su rostro completo, ni con la figura de Maduro. Se veía una disposición perfecta de los asientos de los músicos. Si lo hicieron los militares demostraron entonces que servían para algo más que para tropelías y latrocinios. La para tantos detestable vicepresidenta y vice todo, Delcy Rodríguez, reconoció que el Sistema había nacido en 1975 y en vez de acudir a alguno de los mediocres poetas del socialismo del siglo XXI, citó unos versos del entrañable Eugenio Montejo quien jamás comulgó con esa patraña infame.
Pasé por alto que en los títulos que identificaban las obras y sus compositores, George H. Haendel apareciera como Hander. Pasé también por alto que hubiesen intercalado, sin identificarlos, unas palabras de Chávez y de Maduro sobre el Sistema y la música. Ni aquel sabía ni éste sabe algo de música académica y además, al no ser mencionados, estoy segura de que muchos ni se enteraron de su identidad.
Estaba preparada para enzarzarme en agrias polémicas con los que comparaban el concierto con los actos masivos de Hitler, me parecía una banalización del nazismo. Por supuesto que compartí un tuit que se refería a los muchos Guinness que merecía el régimen de Maduro por la destrucción total del país y de la calidad de vida de su gente. En fin iba a repetir lo que me dijo una amiga: que magnífica oportunidad para esos jóvenes músicos de venir a Caracas desde diferentes lugares y presentarse ante millones de espectadores.
Iba a decir quizá muchas otras cosas hasta que empezó a circular hasta hacerse viral, el video de los jóvenes músicos gritando en un coro ensordecedor: ¡no queremos pan!”. Es decir, pan con mortadela como única comida. Qué manera de echar por tierra y pisotear un intento no solo de ganar el Guinness, lo cual al fin y al cabo es una estupidez, sino de lavarle la cara a un régimen que permanentemente niega a la gente el derecho de comer algo mejor que lo que comían los cautivos en campos de concentración, esta vez sí, nazis.