El coronavirus y pasado mañana, por Fernando Rodríguez
Un acontecimiento de las dimensiones trágicas de la pandemia que azota hoy a la especie, que acaba no solo con la salud y la vida de millones de seres humanos sino que destruye sin misericordia lo que su afán ha logrado construir con los mayores esfuerzos, suscita las más profundas incertidumbres. Tal pareciera, ciertamente, que nos enfrentamos a un parteaguas de la historia. Que ya nada volverá a ser lo mismo.
El virus ha logrado, incluso alterar hasta nuestros hábitos más primarios, a considerar al otro, a cualquier otro –hay asintomáticos– como un peligroso contaminador del cual debo distanciarme.
“El infierno son los otros”, dijo una vez J. P. Sartre, metafísicamente hablando. Aquí habría que decir biológica, corporalmente, hablando. A partir de allí desde el abrazo a la contigüidad de una sala de cine son una transgresión indeseable.
La calle, la ciudad, ya no es la morada común, la polis, sino el sitio del enemigo invisible y por ende de la indefensión ante el azar enloquecido. Nada, que estamos atravesando una oscura noche y no tenemos claro ni cuándo va a amanecer ni que nos depara ese nuevo día. Solo sabemos que mientras no podamos erradicar el virus de manera sustantiva vivirán muchos en el miedo y sus secuelas en las maneras de relacionarse y que habrá, ya no hay dudas, una larga y muy profunda crisis de la economía que en definitiva se traducirá en más dolor y muerte para muchos.
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Que podrá modificar esta dura prueba la sociedad de los humanos es difícil de prever, todo futuro es difícil de prever, tanto más éste que ha movido hasta nuestras más espontáneas y cotidianas maneras de vérnosla con la vida. Ese futuro debería comenzar de lo que todos esperamos como el Mesías, la vacuna o las vacunas que marcarán el cese del fuego, la vuelta a una normalidad que no será idéntica a la del previrus, pero probablemente lo suficientemente parecida como para seguir ejerciendo la humanidad que aprendimos y con la cual construimos el mundo, muy bien y muy mal.
Si las cosas salen como cabe, y parece que hay buenos augurios científicos para esperarlo, el año que viene podría estar vacunada buena parte de la especie, tanto como para dar por terminada la cruel y amenazante oscurana que se llevó a tantos y destruyó tanto.
No hay que descartar que en unos pocos años ya el duelo haya terminado y el olvido haya hecho su trabajo. Así ha pasado muchas veces. Miremos solamente el siglo XX, siglo particularmente criminal.
Adorno, ese gran pensador, dijo esa famosa frase “Después de Auschwitz no se puede escribir poesía”, con lo cual quería decir que después del infernal crimen del holocausto nazi no tenía ningún sentido la búsqueda de la belleza, el hombre era un depredador sin redención. Y es probable que, mediando el aumento poblacional y la elevación cultural y educativa, se haya escrito después de asesinada la bestia más poesía que nunca.
El mismo Habermas llegó a escribir en algún momento que Alemania para poder sobrevivir como nación debía no repensar su pasado, sino borrarlo porque era impensable, era la barbarie pura e indigerible. Y no solo se refería al nazismo sino a gran parte de la tradición filosófica irracionalista alemana que lo había engendrado.
Y, en fin, Alemania es hoy la primera potencia de Europa, la más democrática y la más generosa con las causas europeístas y, al revés, ya le han vuelto a nacer nazis con alguna profusión.
Otro ejemplo, en muchos aspectos muy curioso es la llamada gripe española de fines de los veinte. Se calcula que el número de muertes que causó es de decenas de millones, hasta de un centenar llegan a decir algunos. Y curiosamente dejó poca memoria, poca huella en las generaciones siguientes. Un enigma para los historiadores. Es posible que la guerra mundial, que también implicó millones y millones de víctimas, la haya tapado.
Por supuesto no existían los poderosos globalizados medios de comunicación que hoy nos informan y nos atropellan cada momento lo que impidió una visión global de la horrible pandemia, quizás la peor acaecida. Lo cierto es que a sus horrores, y los de la guerra, y precediendo la gran depresión y la segunda conflagración mundial, tuvieron lugar los “años locos” que fueron, sobre todo en USA, un frenesí por el consumismo, la banalidad y el hedonismo y por otra parte la emergencia de nuevas y auténticas modalidades de la creatividad.
Ejemplos suficientes de la insólita capacidad de los humanos de enterrar y olvidar sus tragedias y sus muertos.
Pero yo sí creo que se va a mostrar en esta crisis del planeta. lo que ya daba síntomas de todo tipo, es la inaguantable desigualdad entre los pueblos y los hombres. Se va a mostrar porque la espantosa realidad de ésta no va a ser medida directamente por la repartición grosera y vil de la riqueza sino por el número de cadáveres: ya no debería ser tolerable que mientras fulano compra su tercer yate millones de niños pasen hambre o carezcan del medicamento que les permitiría vivir. Un gran ciclón social se forma en muchas partes, entre otras en este país martirizado por una banda delictiva.
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