El culto a la personalidad, por Simón Boccanegra
Para donde usted, estimado lector, voltée, se encuentra con los ojos de Chávez mirándolo fijamente desde vallas de todos los tamaños; también su firma gigantesca lo sorprende desde las paredes laterales de los edificios de la Misión Vivienda y Cantv, para no quedarse atrás, en sus tarjetas telefónicas reproduce diez motivos de su vida, desde la infancia hasta su presidencia, pasando por la Academia Militar. El culto a su personalidad se ha desatado de modo escandaloso. Todavía no hemos visto nada, pero ojalá que el futuro no nos depare muchas más muestras de este oportunismo galopante. Casi todos los regímenes dictatoriales o meramente autoritarios se han caracterizado y se caracterizan por el endiosamiento de sus líderes.
La expresión «culto a la personalidad» fue acuñada después de la muerte de Stalin, para definir el omnipresente culto a la suya, que cesó después del famoso Vigésimo Congreso del Partido Comunista de la URSS, en el cual Jruschov arremetió contra aquella adoración obligatoria. Con Mao ocurrió lo mismo, hasta que Deng Tsiao Ping mandó a parar. En nuestro continente también hemos tenido expresiones del fenómeno; quizás la más protuberante fue la del culto que el dictador dominicano «Chapita» Trujillo impuso a su figura.
Hasta la capital del país se llamaba, oficialmente, Ciudad Trujillo, tal como Stalin bautizó con su nombre una de las ciudades rusas: Stalingrado. Lo de Perón fue más bien light, pero tuvo su vuelo también, aunque en mucha menor escala que en los casos que hemos citado. Ojalá que estos brotes alarmantes de culto a la personalidad de Chávez, ya señalados, no pasen de eso y no terminen convirtiéndolo en un ícono semireligioso, como en los ejemplos mencionados.