El daño que causa la democracia, por Marcelo Moriconi
Una vez más, politólogos ortodoxos y demócratas internacionales se asustaron. Mientras aprendían que esa puntita allá arriba se llama Michigan y al lado está Guisconsin —y que todas tienen muchos electores, cómo tanta gente vota a Trump y cuánto tardan en contar los votos— volvió a la agenda la cuestión de si la democracia está en peligro o no.
Una gran parte de la Ciencia Política se convirtió en ciencia de, por y para la democracia. Democracia como fin, no como medio. Democracia reificada. Y, mientras se discuten procedimientos y conceptualizaciones, la democracia disemina valores preocupantes. Es ahí donde está el mayor problema de su sustentabilidad. La democracia le causa daños severos a la democracia.
Hace años discuto estas cuestiones con colegas y, por qué no, debuto en Latinoamérica 21 ampliando el campo de combate.
Cuando Fukuyama decretó el triunfo de la democracia y el final de la historia, se refería al régimen como condición de posibilidad de una vida digna. La democracia era el medio, pero lo importante son los valores (simbólicos y materiales) de una vida que vale la pena ser vivida. Diversos trabajos (junto a Carlos Peris hablamos de eso en Merging legality with illegalities) muestran cómo la tolerancia social a los mercados ilegales se consolida cuando garantizan fines que la democracia debería garantizar, pero para los cuales se ha demostrado inefectiva: generar trabajo y rendimientos económicos, protección, justicia, previsibilidad y perspectiva de un futuro mejor.
Nadie quiere democracia para morirse de hambre. La discusión sobre calidad o sustentabilidad de la democracia es una cuestión burguesa, que no obstante se torna divertida después del cuarto whisky (de malta y de por lo menos 15 años, por favor).
- Libertad, por ejemplo. «A la democracia subyace la idea de libertad», me responde un politólogo que sabe tanto de democracia como de fiestas.
Lógico, en un momento dado de su vida, él debió huir de su país. Yo tuve la suerte de decidir dejar el mío. Libremente. La libertad, en este caso, es un valor. ¿Está dispuesta la ciudadanía a perder libertad en las democracias actuales?
Cuando los reality shows comenzaron a ofrecer vida pública y, si te portas bien, fama; millones de jóvenes se postularon para el encierro. Lo ridículo llegó en 2005, cuando en Alemania se anunció que se realizaría un Gran Hermano de por vida en un pueblo artificial de 15 mil metros cuadrados. La propuesta tuvo más de 25 mil candidatos.
El escándalo Odebrecht generó un terremoto en la región por sacar a la luz lo que todos sabíamos que pasaba (y que sigue pasando). Mientras la democracia peruana agoniza por sus secuelas, por ejemplo, el propio Odebrecht cumple prisión domiciliaria en su mansión.
Millones de latinoamericanos saldrían a causar más de un holocausto si les garantizan que deberán cumplir su reclusión en una mansión como la de Odi. Ay, la democracia.
*Lea también: Verdades, por Pedro Luis Echeverría
Libertad sí o sí, clama un candidato libertario en Argentina, mientras, libremente, unos políticos chilenos se olvidan de actualizar sus datos catastrales. Libertad sí o no, ironiza Alejandro Dolina: si no, no tenemos libertad de escoger.
- ¿Qué tiene de difícil el concepto de democracia?, me preguntó otro, que de análisis políticos sabe más que la mayoría y casi tanto como Osvaldo Soriano. El que pierda las elecciones se va sin chistar. Eso es.
¡Cagamos! ¿Qué vamos a hacer ahora que la democracia se esfumó en los iunaitestei?
Otro, que también sabe mucho, dice que la democracia contemporánea está caracterizada por la libertad de expresión, los partidos políticos y las elecciones regulares. Menos mal que están las últimas dos, porque los canales gringos censuraron en vivo ¡al Presidente!
- Está mintiendo, dijeron, y Evo Morales se conectó a la red porque pensó que entonces no quedaría rastro de la OEA en Google.
Con libertad democrática los medios de comunicación les negaron a los ciudadanos la posibilidad de ver en vivo una parte significativa de la historia: su vergonzoso presidente diciendo cosas que avergüenzan (pero que esta vez avergüenzan de una manera que una élite no quiere ser avergonzada). Libertad de decidir lo que deben ver y lo que no. China democrática. Compre Huawei.
Quedan los partidos políticos. En un estudio junto a Miguel Ramos (Corruption in Latin America: Stereotypes of Politicians…) mostramos cómo los políticos son estereotipados a partir de una moralidad negativa (corruptos, mentirosos, ladrones). Esto es bastante lógico y conocido. Lo preocupante es que esta estereotipación afecta directamente a la percepción de la justicia e indirectamente a los afectos, emociones y estados de ánimo. ¡Grieta!
Estamos en el horno y encima tenemos liberad de expresión. Hoy todo queda grabado. Los jugadores de fútbol se dieron cuenta de que mejor hablan tapándose la boca con la mano. Los políticos, aún no: sus incoherencias son repetidas una y otra vez por las redes sociales. Estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros. Depende del lado del gobierno en que me encuentre y de la oferta que me haga. Prudencia y virtud no están invitadas. Con tanto trabajo de archivo circulando, tomarse a la política (y su democracia) como una cuestión seria es absolutamente absurdo.
Por suerte nos queda la igualdad: todos iguales a la procura de una vida digna, cueste lo que cueste y siguiendo el camino más efectivo. Al resto, que le den, mientras la democracia se da solita. Y en cuanto ridiculiza a unos, enfada a todos, excluye a demasiados y condena solo a los que pierden el poder.
Por eso, su sustentabilidad está en el relato no en las evidencias. Pero para eso habrá que esperar hasta el próximo texto porque, democráticamente, me limitaron el espacio. Todo tiene un límite, aunque algunos demócratas no quieran aceptarlo.
Marcelo Moriconi es Investigador y Profesor del ISCTE. Doctor en Procesos Políticos Contemporáneos-Salamanca. Especialista en corrupción, mercados ilegales, y criminalidad.
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