El dedo único, por Teodoro Petkoff
Con los nervios de punta y la sensibilidad a flor de piel, el gobierno continúa emperrado en fingir que el revocatorio no le quita el sueño. Con el más absoluto desprecio por las normas legales, se afana en crear artificialmente un clima electoral para elecciones que están a nueve meses de distancia, las de gobernadores y alcaldes, simulando que el RR es, para él, un accidente menor. Pero, como derivación involuntaria de ese empeño, el país ha podido apreciar, crudamente expuesta, la sustancia personalista, antidemocrática y autoritaria del régimen.
Cuando se oye, pongamos por caso, a Juan Barreto, manifestar su aspiración a la alcaldía metropolitana, pero espetando a renglón seguido que, en definitiva, todo depende de lo que decida Chávez, no cabe duda de que nos encontramos ante una exacerbación patológica –si cabe la redundancia– de los peores rasgos del caudillismo y del cogollismo. Un movimiento político en el cual los miembros abdican del elemental derecho a participar en la toma de decisiones que atañen a sus vidas es un movimiento castrado y de castrados. Sobre todo porque no transfieren libremente sus derechos al caudillo sino que lo hacen por miedo, porque no se atreven a discutirle democráticamente.
Las relaciones internas en el partido se van enrareciendo y el debate se reduce a temas marginales, porque las decisiones de fondo corresponden al jefe supremo.
Hay en todo esto un salto atrás en nuestra historia, el rebote de una Venezuela que ya no es pero que, sin haber desaparecido completamente, permaneció como agazapada en el inconsciente colectivo, saltando a la escena cuando las insuficiencias en los desarrollos democráticos del sistema político y la crisis social reavivaron las pulsiones mesiánicas y la confianza en el hombre providencial y fuerte, en su dedo todopoderoso.
Detrás de Chávez están Páez, Guzmán Blanco, Castro, Gómez. Los caudillos. El primitivismo no democrático.
Esta marca autoritaria, que se nutre también de concepciones militaristas, entronca con el pensamiento más atrasado de la izquierda, para dar este producto que es Chávez Frías, “líder máximo de la revolución universal”, según una retórica que comienza a estar en uso y que anticipa una expansión veloz del correlato de todo régimen caudillista y autoritario: la adulancia, el culto a la personalidad, la jaladera, transformada en componente esencial de la liturgia del poder. Cuando el militante espera del dedo omnipotente la decisión que lo salva o lo hunde, de hecho está adulando. Está reconociendo que él no es nada ni nadie, que su pensamiento y su voluntad no existen, porque están subrogadas en la del caudillo. Tanto nadar para morir ahogados en la orilla.