El dictador ha muerto, viva el dictador, por Carolina Gómez-Ávila
Este 6 de septiembre amanecimos con la novedad de que murió Robert Mugabe, quien fue dictador de Zimbabue durante 37 años. Falleció en Singapur, a los 95, y no en su tierra, quizás porque hace casi dos años fue derrocado por Emerson Mnangagwa, el Cocodrilo, muy cercano a su entorno.
Espero que la historia registre la magnitud de la traición a su pueblo. Nació en la colonia británica de Rodesia del Sur y no creo que se deba desestimar, por aquello de asignarle responsabilidades, que estudió Economía en la Universidad de Londres antes de regresar a su país, en 1960, para luchar contra el apartheid y lograr la independencia de su nación.
Sin entrar en detalles –20 años y guerra civil de por medio– hay que admitir que lo logró. En 1980 nacía la República de Zimbabue y el Primer Ministro Mugabe logró exhibir grandes avances económicos y sociales, mientras aseguraba el ejercicio del poder a su entorno y propiciaba el estallido de una confrontación, con limpieza étnica incluida, que terminó en 1987. Momento que aprovechó para encabezar una reforma constitucional que lo convirtió en Presidente.
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En la década de los 90, en Zimbabue se desató la crisis económica más pavorosa de la que se hubiera tenido noticias hasta entonces en la historia de la humanidad, pero Mugabe siguió al mando hasta el golpe de Estado de Mnangagwa en 2017; un derrocamiento en el que no me parece que privó el interés nacional, tampoco el sufrimiento del pueblo, nada acerca de la condición de Estado fallido ni la participación de la comunidad internacional, más bien me parece que, el cambio de Gobierno, pudo deberse a intereses y revanchas internas de sus aliados.
Cuando ese golpe fue noticia, la claque de la vía violenta para Venezuela gritaba desvergonzada que había salido Mugabe del poder y que no lo había hecho electoralmente, para intentar validar su falaz “dictadura no sale con votos” que ya cuenta con demasiadas excepciones como para ser considerada algo más que un cliché que no merece respeto alguno.
En esos días, escribí “Mugabe no salió con votos” para advertir que, precisamente por no haber llegado al poder por la vía democrática, Mnangagwa era otro dictador. Era 2017; el Cocodrilo prometió elecciones libres y justas y cumplió: las hubo el 30 de julio de 2018 y (¿a quién sorprende?) las ganó con el 50,8% de los votos en unos resultados que se tardaron más de 3 días en oficializar y que lo salvaban de participar en una segunda vuelta.
El sistema zimbabuense ofrece alternancia quinquenal y reelección por una sola vez. Mientras se cumplen los lapsos tendré presente aquella fórmula medioeval de lealtad al vasallaje, para no permitir el interregno. Pero más tendré presente que Mugabe sabía de Economía y que la miseria de su pueblo lo sostuvo cómodo en la presidencia hasta que tocó los intereses de quienes lo soportaban y que, cuando eso sucedió, lo tumbaron sólo para continuar el sistema dictatorial.