El discurso que nos una, por Carolina Gómez-Ávila
Autor: Carolina Gómez-Ávila | @cgomezavila
El discurso, el diálogo, la negociación y los acuerdos, definen y marcan las acciones de la política. Otros medios, la enrarecen o pervierten. Por eso importa la elaboración de un relato efectivo. En muchos sentidos, la política es una narración y, la opositora, pasó del deterioro al colapso y a la desarticulación. Se desplomó desde las repeticiones, la confrontación de etiquetas y la adhesión por devoción, para caer en el fracaso del reciclaje, en la exhibición pública del conflicto interno y en la mística perdida. Desde esa sima se plantea la conformación de un frente amplio y me temo que sin identidad ni certidumbres no habrá unidad, ni siquiera un estratégico aglutinamiento.
Plantear una visión de país no es posible sino a través de valores. Unos pocos valores, bien escogidos, pueden ser el hilo que cosa el actual desafío con la población. Unos pocos valores, bien escogidos, pueden lograr que la aspiración de cambio y reivindicación movilicen al pueblo.
Algunos de nuestros líderes opositores tienen valores admirables: el respeto a la institucionalidad, la serena firmeza o la perseverancia a pesar de la escalada dictatorial.
Pero en ninguno he visto el coraje para alzar estos valores como bandera y convocar a partir de ellos, construyendo un relato visionario y educativo, una trama de emancipación.
Pienso que estamos desperdiciando el talento político de hombres y mujeres valiosos, sólo porque no están acompañados de un discurso político efectivo. Algunos porque lo idearon sin valores inspiradores, otros porque fueron víctimas de valores díscolos. ¿O hay alguien que pueda ponerle brida a la libertad?
A modo de pista aquí dejo tres. El primero es un valor republicano: la alternancia. No es lo mismo cambio que alternancia. Un repaso a la revolución francesa, inspiradora de nuestros libertadores, servirá para discurrir una épica que movilice al pueblo a hacer lo que sí puede hacer con la promesa implícita del “nunca más”. El segundo es un valor democrático: el enaltecimiento de los partidos políticos y de la actividad política. Y este tiene ventajas en el actual escenario de proscripciones. Ahora están en posición gananciosa para plantear un rescate que gustará incluso a quienes han sido confundidos por el discurso antipolítico puesto que implica control sobre los líderes. Bien hilvanada, esta es una historia de desprendimiento. El tercero es el valor republicano por excelencia y el único que permite que la democracia no se convierta en “la tiranía de la mayoría”: el imperio de la ley. Este valor también les aportará el reencuadre y definirá la estrategia unitaria exitosa. Este valor es la base y el límite, alrededor de él se puede reconstruir la alianza opositora, tan amplia como el mismo valor lo permita. Y también es el desafío; aquí se conecta la trama del cambio con la emancipación y la reivindicación a las que todos aspiramos.
Creo que sobre esos valores se puede edificar un relato que persuada y les lleve de vuelta al poder. Porque no es verdad que Venezuela está dividida entre oficialistas y opositores. Venezuela está dividida entre quienes estamos dispuestos a cumplir la ley y quienes creen que están eximidos de hacerlo. De esto último han hecho grotesco alarde los gobernantes y también los opositores que aspiran a un Golpe de Estado, una intervención extranjera o una guerra civil.
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