El doctor Frankenstein, por Simón Boccanegra

Chacumbele debería pedirle a sus amigos cubanos que le regalen los discursos de Fidel Castro sobre la moral revolucionaria. Son tomos enteros de una logorrea que no cesa desde los inicios mismos de la revolución cubana. Los cubiches ya no pueden ni llevar la cuenta de las veces que Fidel se ha desgañitado pidiéndoles que se porten bien.
Cincuenta años calándose ese calamar. Pero si una y mil veces se repite el mismo discurso es porque las veces anteriores no ha tenido ningún efecto. Desde luego, Fidel no se pregunta por las condiciones objetivas que producen la corrupción en un país tan pobre. Cree que todo es asunto de moral y de “hombre nuevo”. Chávez lo imita hasta en eso. El resultado es el mismo:
la corrupción continúa campante y cada vez más profunda y extensa. ¿Recuerdan el discurso sobre los altos sueldos y sobre entregar lo que a cada quien le sobre? Nadie se rebajó ni un centavo y nadie se preocupó por dar. Al contrario, los pocos que comentaron el asunto dijeron que ellos sólo tenían su “inteligencia” para dar o que ellos “ayudaban al que podían”.
Paja, pues. Ni una Hummer, ni un reloj caro, ni los almuerzos copiosamente regados con whisky de 18 años, desaparecieron de las filas de nuestros abnegados revolucionarios. Además, más nunca habló Chacumbele de ese tema. Igual ocurrirá ahora.Yo-El-Supremo es como el Dr. Frankenstein; ya no puede controlar el monstruo que creó.