El drama de las lluvias y la falta de planificación, por Stalin González

Las lluvias de los últimos días han vuelto a poner en evidencia una realidad que los venezolanos conocemos bien: aquí, hasta lo que debería ser previsible se convierte en tragedia. El paso de ondas tropicales por el país ha desatado un panorama de emergencia en distintos estados del territorio nacional. Pero lo que estamos viviendo no es únicamente obra de la naturaleza: es también resultado de la negligencia, la desidia y la falta de políticas públicas eficaces. Desde hace muchos años, cada vez que llega la época de lluvia, miles de venezolanos padecen las consecuencias de la desidia del Estado.
Los estragos son contundentes: al menos doce municipios de Mérida han sido afectados por las precipitaciones. Comunidades enteras están incomunicadas por el colapso de carreteras, viviendas inundadas, familias atrapadas en zonas de riesgo. En Boconó, estado Trujillo, más de doce horas de lluvias continuas han causado la anegación de sectores como Miticún, La Vega y La Sabanita. El paso que conecta Barinas con Mérida se encuentra bloqueado por un deslizamiento de tierra. En Portuguesa, el colapso del puente La Trinidad paralizó la circulación y dejó varias comunidades aisladas.
Mérida, Trujillo, Barinas, Portuguesa, Táchira, Apure… los estados más golpeados. Pero el patrón es el mismo: carreteras frágiles, drenajes colapsados, viviendas construidas en zonas vulnerables sin ninguna regulación ni control. Una tragedia que se repite año tras año sin que se tomen medidas estructurales para evitarla. Porque sí, llueve mucho. Pero lo que mata no es la lluvia: es la improvisación.
Lo que arrastra no es solo el agua, sino décadas de políticas públicas erráticas, abandono institucional y falta de planificación. ¿Dónde están las políticas de prevención? ¿La limpieza periódica de drenajes? ¿La reubicación de familias en zonas de alto riesgo? ¿Las inspecciones y mantenimientos regulares de vías y puentes? ¿Los planes de alerta temprana y evacuación?
Se esperaban fuertes precipitaciones desde hace semanas y, sin embargo, no se tomaron las medidas respectivas para minimizar el impacto de las mismas. No basta con activar protocolos cuando ya el desastre ha tocado la puerta. La gestión de riesgos no puede seguir siendo reactiva ni parcial. Necesitamos un país donde el Estado funcione antes, durante y después de la emergencia. Donde cada temporada de lluvias no se convierta en una condena anticipada para miles de familias que lo pierden todo, una y otra vez.
Frente a este escenario, lo primero es la solidaridad. Mi profundo reconocimiento a los bomberos, funcionarios de Protección Civil y voluntarios que han respondido con coraje en las zonas afectadas. A ellos, que trabajan con recursos limitados, pero con un compromiso inmenso, les debemos mucho. Y a los ciudadanos que puedan colaborar: háganlo. Cada donación, cada ayuda, cada palabra de apoyo cuenta.
Pero lo urgente no debe ocultar lo importante: esta tragedia, como tantas otras, reclama un cambio de fondo. No podemos seguir aceptando que en pleno siglo XXI vivamos bajo gobiernos que no planifican, no previenen y no responden. Lo que hoy vivimos no es solamente la consecuencia de un fenómeno climático: es el reflejo de un modelo político agotado que no tiene cómo garantizar ni seguridad, ni estabilidad, ni futuro.
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Venezuela merece un país donde las lluvias no sean sinónimo de tragedia. Donde la vida de cada ciudadano cuente, y donde las instituciones estén al servicio de la gente. Para eso necesitamos algo más que solidaridad: necesitamos un cambio político profundo, serio, comprometido con el bienestar, con la prevención, con la vida. Porque cada vida importa. Y porque lo que hoy nos inunda no debe volver a repetirse.
Stalin González es político, abogado y dirigente nacional del partido Un Nuevo Tiempo
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