El espíritu del Camino de Santiago, por Marta de la Vega
A Francisco Suniaga
Frente a “la incertidumbre humana de vivir”, como leemos en La otra isla de Francisco Suniaga, ¿encontraremos nuestra meta, y andando, el mejor camino? ¿Nos adelantaremos al destino en vez de ser perseguidos por él? ¿Será un fracaso incluso trágico o una nueva prueba fallida? ¿Se impondrá la violencia feroz irracional y sin sentido como en las luchas siempre mortales de los gallos de pelea que son otros, sus dueños, los que empujan o propician? ¿Seremos como Esta gente, otra novela de Suniaga que nos encara con lo más oscuro y kafkiano de nuestra idiosincrasia, con los sueños rotos, la injusticia y la impunidad? ¿O será un logro sobre el cansancio, los obstáculos, las dificultades y vicisitudes que enfrentamos en nuestros pasos?
Recorrer uno de los varios caminos hacia Santiago de Compostela resulta un reto intransferible, experiencia íntima de cada quien, sea realizado grupalmente o en solitario. El camino es único para cada uno y a la vez una oportunidad no solo para la comunión y el encuentro, sino para construir juntos una realidad deseable donde, desde la diversidad de personas, países de origen y pluralidad de costumbres, todos los caminantes cumplen normas implícitas de convivencia pacífica y respetuosa, que hacen que sea posible en la práctica un mundo mejor.
En esos espacios de senderos silvestres, rutas rocosas y ásperas, colinas suaves o escarpadas o sinuosos caminos de herradura, entre bosques, frondosas manchas oscuras en medio de praderas y sembradíos de ocres o verdes brillantes a través de un extenso territorio hermoso, variado y fértil de la geografía gallega, se cruzan caminantes y ciclistas con sus mochilas a cuestas, a paso ágil e impulsados por bastones que facilitan el avance hacia la siguiente ciudad del recorrido.
Es como si un mundo bueno y amable, ajeno al tráfago diario se hiciera rutina, pese a las duras etapas del camino; como si se hubiera hecho realidad cotidiana una armoniosa coincidencia en los días que transcurren entre el punto de partida, diferente cada vez y el objetivo final, común y deseado por los peregrinos. Sin abusos ni transgresiones, con cortesía e incluso cordialidad solidaria y buena voluntad, para tender la mano amiga o ayudar a los otros, sin estridencias, sin imposiciones y acatadas voluntariamente, como en democracia.
También es un momento para la introspección, la reflexión y la búsqueda del significado de la existencia, para afirmar propósitos individuales y compartidos, para hallar certezas y verdades, para revisar errores o extravíos en nuestras conductas, decires y acciones que nos han hecho perder de vista la meta, que nos alienan de nuestros más valiosos propósitos, por miedo o inmediatez. Es como una “epifanía” y una “conversión” para reencontrarnos nosotros mismos, que nadie impone desde afuera, sino que asumimos desde nuestra interioridad y nos acerca con empatía y compasión a los otros. Porque todos somos vulnerables.
Ocurren milagros luminosos, inesperados, como escuchar hablar con acento venezolano a una pareja que quería, como yo, ver el interior de una pequeña iglesia románica del siglo XI, pero estaba cerrada. Al parecer, porque cada pueblo o aldea tiene su iglesia, no hay suficientes párrocos para cubrirlas. Y en un alto en el camino para almorzar, coincidimos en un hostal, pues estaban todos juntos, Rosana y Andrés Simón, arquitectos, con Cecilia, artista, Guillermina y Francisco.
Alegría y asombro contenidos. Mi admirado escritor margariteño, contertulio en grupo de WhatsApp, a quien no conocía personalmente, me saluda gentil y cordialmente e invita a sentarme a la mesa con su esposa y amigos cuando le dije si era él el mismo. Me pregunto si, como El pasajero de Truman, magnífico y lúcido retrato de la Venezuela que no fue a través de una figura crucial y trágicamente desplazada por la locura en un momento crítico de la historia contemporánea, cuando había sido escogido por consenso candidato presidencial de las fuerzas democráticas entonces, hoy el giro del destino, puede voltear los dados a nuestro favor.
En este sentido, comparar el esfuerzo de derrotar la dictadura usurpadora de Maduro no es solo organizarnos para que no se esfume de nuevo la esperanza como ocurrió con Diógenes Escalante. Es construir una analogía poderosa con el recorrido del camino de Santiago, que exige determinación y perseverancia. Enfrentar desafíos físicos como las largas caminatas cotidianas, las condiciones climáticas adversas y el desgaste físico se asemeja a la exigencia de los desafíos políticos, económicos y de seguridad personal. Resistencia a la represión y persistencia en la búsqueda de libertades son fundamentales.
Los peregrinos sacrifican comodidad y tiempo; se enfrentan a la fatiga y al dolor físico. La resiliencia es clave para superar estos obstáculos y lograr llegar a Compostela.
Los venezolanos comprometidos con la democracia y los derechos humanos han sufrido y perdido demasiado y en muchos casos, sus vidas. La resiliencia es decisiva para mantener la esperanza y seguir luchando en medio de la adversidad, la represión y el amedrentamiento. El viaje es tanto físico como espiritual; una oportunidad para el crecimiento personal y la introspección. A la vez, es una lucha personal y colectiva. No solo el esfuerzo común por un cambio significativo en el que todos contribuyamos, sino una oportunidad para la unidad nacional, el rescate de la verdad, la dignidad y la decencia, por un país justo y verdaderamente para todos.
Marta de la Vega es investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora en UCAB y USB.
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