El fanatismo, por Pablo M. Peñaranda H.
Twitter: @ppenarandah
«El fanático es sobre todo sentimental y por esto puede llegar al drama sin remordimiento».
Amos Oz
El fanatismo es una conducta presente desde los tiempos ancestrales de la humanidad. Consiste en ese horror que se manifiesta con tenacidad y exageración irracional en una religión, idea, teoría, cultura, estilo de vida personal o sistema de creencias.
El fanático se presenta como un gran altruista al extremo de que su punto de vista sólo pretende salvar su alma y la nuestra. Es por nuestro propio bien que el fanático quiere cambiarnos, quiere convertirnos en su igual, borrando toda diferencia.
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Cuando el genial historiador Will Cuppy publicó Decadencia y caída de casi todo el mundo, lo hizo como un gran antídoto contra el fanatismo usando las dos facultades más eficaces contra la intransigencia: el humor y la imaginación.
Pero el caso es que en la literatura encontramos, al menos en mi modesta opinión, dos grandes escritores, que abordan con maestría el fenómeno en cuestión, ellos son, Amos Oz y Mario Vargas Llosa.
Ambas plumas abordan el fanatismo con tal grado de inteligencia, que, al presenciar ese fenómeno en nuestras vidas, no podemos dejar de pensar en La Guerra de Fin de Mundo o Una Historia de Amor y Oscuridad.
Para muchos lectores los libros y artículos de estos dos escritores, publicados en el periódico El País de España, nos permitieron un encuentro con las ideas de la tolerancia, la paz y una educativa e incansable lucha contra el fanatismo.
Amos Oz partió en el 2018 al infinito y si bien tuvo relevantes reconocimientos (Premio Goethe y el Príncipe de Asturias) pese a su grandeza no le fue conferido el premio Nobel, mientras que don Mario disfruta todavía de las delicias y angustias de la vida.
El fanatismo no es una cosa banal ni debe tratarse como tal, en tanto que el desarrollo del pensamiento científico o en todo caso lo que llamamos cultura del entendimiento, encuentra en los fanáticos su fuerza opositora.
Pero volvamos a la senda de la civilización para recordar clásicos ejemplos como el de Galileo Galilei a quienes los fanáticos encarnados en la Inquisición, lo pasearon por las cámaras de torturas en una clara conducta de amedrentamiento frente a sus hallazgos, los cuales modificaron sustancialmente la ciencia, o el caso de Edward Jenner, quien, en 1788, tuvo que enfrentar las mismas agresiones por sus publicaciones sobre la naciente inmunología.
Siempre tenemos que traer a la memoria los casos de Stalin y del mas fanático de todos como lo fue Hitler, dado que el culto a la personalidad es un caldo de cultivo para las conductas fanáticas y cuyos seguidores estuvieron a punto de acabar con la vida civilizada o con las posibilidades de vivir en libertad y sin despotismo.
Recientemente fue publicada la maravillosa novela de Juan Gabriel Vásquez, Volver la vista atrás (2020) una magistral narración sobre la familia Cabrera a través de la voz de Sergio, quien con sus revelaciones va recordando los hechos que marcaron su vida y la de su padre. De la guerra civil española al exilio en América de su familia republicana, de la China de la Revolución Cultural a los movimientos armados de los años 60, en las serranías y llanos entre Córdoba y Antioquia en Colombia, hasta el derrumbe de un fanatismo político por unos hechos devastadores en una familia arrastrada por las fuerzas de sucesos históricos en una fascinante investigación social y a la vez íntima, que nos conmueve, imposible de olvidar.
En fin, la lucha por la vida y la libertad debe tener todo lo noble que el hombre ha adquirido en ese largo proceso de hominización. La vida y la libertad son las banderas de la humanidad desde que conocemos la convivencia en comunidad.
El cuento es que, en mis andanzas por las librerías, se hizo frecuente visitar la que se encontraba en el mismo edificio donde funcionaba el local de la Oficina de Orientación Laboral centro de nuestra actividad política.
En esas charlas amenas conocí al hermano del amigo librero, quien era graduado en la Escuela de Letras de la UCV y me informé que a este letrado lo habían nombrado secretario en la Embajada de la República Popular China, por tal motivo estaba interesado en todo tipo de informaciones sobre ese país. Llegó la fecha del viaje y partieron él, su esposa y la pequeña hija de cuatro años a la legendaria China.
En esa particular vorágine en que vive nuestra ciudad no volví a saber de ellos sino a los dos años cuando mi amigo el librero me informó que su hermano estaba de regreso al país y que al no conseguir traslado para otra embajada, introdujeron una especie de preaviso y que todo aquello se debía a la llamada «revolución cultural», una batahola social con una seguidilla de consignas adheridas al culto de la personalidad de Mao Tse Tung, que crearon una población fanatizada la cual volteó patas arriba toda la sociedad. Ellos habían presenciado la prisión o reeducación en granjas de varios amigos que eran traductores del chino para idiomas europeos. Además, pese a que el cuerpo diplomático vivía con cierto grado de excepcionalidad, comenzaron a escasear un conjunto de productos de primera necesidad. Por otra parte, debido al ambiente conflictivo los extranjeros estaban obligados a moverse en áreas especificas.
Los niños debían asistir a escuelas que si bien eran para extranjeros vivian las mismas circustancias del resto de las instituciones educativas. De manera que su hija había asistido durante un año a la escuela, pero resulta que la niña, un poco indisciplinada dejaba siempre los zapatos y los enseres escolares fuera de lugar reservado para ello, por lo cual era siempre amonestada a fin de que modificara esa conducta. Pero un día frente al llamado de atención de los padres, la niña les ripostó: «Perros imperialistas, mañana los denunciaré frente a la asamblea del pueblo y ya veremos que medidas de reeducación se tomarán». Cundió tal alarma entre los padres, que las bondades por ejercer un cargo en el cuerpo diplomático no fueron suficientes para detener la estampida que culminó en Caracas.
Solo eso quería contarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en psicología y profesor titular de la UCV.
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