El fin del mundo, por Fernando Rodríguez
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Ni más ni menos ha dicho el presidente Petro en la ONU con todas sus letras y hasta con metáforas: “Las campanas ya doblan en todo el planeta por ti, por nosotros, por la vida y la humanidad”. Podría ser hiperbólico, claro. Pero en todo caso tiene unas cifras aterradoras: las guerras, y se centra en la guerra de Gaza en la que el criminal Primer ministro israelí Netanyahu ha realizado un genocidio donde han muerto veinte mil niños.
O las infernales cifras del cambio climático, por ejemplo, en la selva amazónica, que como sabemos es el gran pulmón del planeta, se han quemado por razones climáticas once millones de hectáreas en un mes. O la creciente desigualdad en la repartición mundial de la riqueza en la que el 1% de la humanidad posee tanta riqueza como el 93% de esta. Son cifras y razones discutibles, a lo mejor sesgadas, pero no demasiado.
Petro atribuye la culpa mayor a los gobiernos de los países poderosos, a su indolencia, y aprovechamiento de algunas de estas causas. Por ejemplo, la guerra de Gaza ha podido ser detenida hace un buen tiempo y no se ha hecho por debilidad. De estos países hay uno en especial, el más poderoso, usted sabe muy bien de quien se trata. ¿Será hiperbólico, tremendista, una queja extrema del Sur global, la tachadura del papel de Irán y sus aliados en la conflictividad del medio oriente? Da para mucho por discutir, pero no deja de apuntar al centro de la apocalíptica circunstancia actual.
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Además, habría tanto que sumar como la posibilidad de un conflicto generalizado en Oriente, y el Líbano ha sido involucrado; las terribles guerras civiles de Yemen o Sudán las más crueles, entre otras; por supuesto la guerra de Ucrania del envenenador Putin y su posible expansión en el corazón de Occidente siempre presente. Las armas nucleares ahora en demasiadas manos, algunas muy insensatas o ávidas de poder; ellas solas capaces de terminar con el homo sapiens.
Igualmente, la inacabable lista de aterradores eventos climáticos, todos los días, aquí o allá, disminuyendo las posibilidades de llegar con vida vivible a la hora del 1,5 grados centígrados del Acuerdo de Paris.
Nosotros, latinoamericanos, podríamos agregar las dictaduras totalitarias de Cuba, Nicaragua y Venezuela que no solo han cercenado la libertad sino llevado a la destrucción sus países. Para no hablar de las guerras contra el crimen organizado en buena parte del continente. Justamente en la Colombia de Petro, por ejemplo.
Una visión fantasiosa y fatalista. A lo mejor. En todo caso, repito, habría que debatirla. Cuando era niño también se solía hablar del fin del mundo, por la guerra fría y la bomba atómica, seguro. Pero también por los marcianos y otros ciudadanos del universo que nos vigilaban y acechaban. Los aerolitos a menudo amenazaban con un buen porrazo, como el de los dinosaurios. No llegó el fin, la guerra fría se deshizo por la caída de la URSS, los marcianos terminaron trabajando en Hollywood; y los aerolitos ya no asustan a nadie. También eso pasa, ojalá.
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