El grotesco nacional, por Fernando Rodríguez
Yo recuerdo cosas, no necesariamente históricamente decisivas, pero sí que llegan a lo más alto de lo grotesco y revelan lo más oscuro del régimen, lo siniestro que llama Freud. En algunos casos, no todos, esa manifestación del absurdo también llevan a la risa, como sucede en el teatro genial de Ionesco. Permítaseme contar algunas, solo algunas, de mi imperfecto registro mental.
Digo grotesco en las acepciones de la Real Academia: ridículo, extravagante, irregular, grosero y de mal gusto y en los sinónimos que ésta misma registra: ridículo, extravagante, chocante, burlesco, risible irrisorio, estrafalario, estrambótico. Un tesoro de significados.
Es inolvidable a Chávez despidiendo los empleados de Pedevesa, incluidos su élite que costó tanto tiempo y dinero formar, hasta hacer de la empresa una joya del sector petrolero mundial.
Y es inolvidable por el pito que tocaba y el «despedido» cuando un asistente le leía los nombres de una lista de empleados. La payasería es notable, sorprendente. Ningún presidente, ni los dictadores más estrafalarios, han hecho cosa parecida.
Y alguna risa nos puede producir si logramos olvidar que estaba destruyendo la más importante industria habida en el país, corazón de su desarrollo y para algunos causa de muchos de sus males. Yo me preguntaba qué pensaría en ese momento el presidente de la Compañía Ali Rodríguez Araque, según algunos amigos creíbles hombre serio y formado, antiguo guerrillero cabal, que terminó en pusilánime seguidor del régimen corrupto y destructor el país. Pero el pito, ¿cómo se le ocurriría este acto dadaísta?
Muchos recordarán al mismo Chávez manejando un tractor, sin palabra alguna, dando vueltas y vueltas en un polvero. Yendo y viniendo, dando vueltas y vueltas y uno esperando frente al televisor a que alguien explicara, para empezar él mismo, de qué se trataba, qué se quería decir o probar. Nada que Chávez era Chávez y hasta tractor manejaba. Sin duda, era un campeón.
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O Chávez postmortem, convertido en pajarito, conversando amorosamente con Maduro. Y luego éste que fue corriendo iluminado a contarle a la familia Chávez el milagro, por si dudaban que el sería el sucesor, como éste lo había pedido en vida. En el fondo es triste, pendejo.
Pero para actualizarnos, saltando más de un decenio, habrá que recordar la historia a Jorge Rodríguez nombrando en el muy selecto grupo de la mesa de diálogo, media docena de personas de lado y lado, a un delincuente buscado por numerosos países, preso extraditado en USA y cambiado por una decena de gringos, extranjero. Y, señores y señoras, también a su esposa italiana cuyo mérito más visible ser muy bien portada. La lógica de esto es absolutamente críptica, incomprensible para la eternidad.
Lo del intercambio será una barbaridad del viejo Joe o lo que sea pero esto es otra cosa. Esto es grotesco, en todos los sentidos arriba apuntados.
No podemos seguir por falta de espacio pero tenemos muchos, muchos, casos que ya tendremos ocasión de dialogar.
Fernando Rodríguez es filósofo. Exdirector de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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