El hombre invisible, por Teodoro Petkoff
¿Está el presidente de la República en pleno ejercicio de sus atribuciones como tal? La pregunta viene a cuento porque la salud de los mandatarios, en casi todos los países, es asunto de interés público y se maneja como tal.
Y es lógico que sea así, porque quienes ejercen el poder no son ciudadanos privados, cuyas dolencias no interesan más que a sus círculos familiares y amistosos, sino personas públicas, cuya salud posee, inevitablemente, un carácter no ajeno a la vida política de cualquier país.
En Latinoamérica tenemos el reciente caso de Pepe Mújica, presidente de Uruguay, operado a raíz de una trombosis, de lo cual fue informada bastante detalladamente toda la nación charrúa.
De hecho, así ha ocurrido también, en otras ocasiones, en distintos países del continente y probablemente en casi todo el planeta. La salud de quienes gobiernan no puede ser un secreto para los gobernados, que son los primeros interesados en el asunto.
La referencia es relevante porque en nuestro país, la enfermedad del Presidente ha sido manejada con un secretismo tanto más sorprendente cuanto que Chávez se caracteriza, precisamente, por tratar las peripecias de su vida privada sin complejos y bastante abiertamente. Y, por otra parte, de una explotación plena de efectos electorales y de manipulación de la afectividad popular.
Pero en las últimas semanas la dolencia del Presidente se ha transformado en una especie de extremo secreto de Estado. Chávez ha desaparecido de la escena pública. En el mes octubre, después de su reelección, y en noviembre, se ha hecho presente en televisión y radio menos de una decena de veces.
Teniendo en cuenta que estamos en medio de la campaña electoral para elegir gobernadores, la ausencia de Chávez es tanto más notoria cuanto que en otras oportunidades arropaba las campañas regionales con su ubicua presencia y en esta ocasión no le ha levantado el brazo a ninguno de «sus» candidatos ni ha salido de Miraflores, para saltar de estado en estado, sustituyendo a los candidatos, que, por lo demás, él mismo designó, sin consultar ni a su partido ni a nadie. «Votar por Fulano o Mengano es votar por Chávez»: él mismo ha acuñado esta consigna, no sólo narcisista sino expresión de la política autocrática y chávez-céntrica que le es propia.
Esto nos lleva a repetir la pregunta: ¿está Chávez ejerciendo plenamente sus atribuciones presidenciales? Hay razones para ponerlo en duda. Y en un país que debe enfrentar en unas semanas unas elecciones que van a confeccionar muchos de los rasgos esenciales de su futuro y en el cual ya se anuncian, cada vez con más claridad, los signos de una crisis económica de dimensiones poco previsibles y que ya está no solo en los augurios de los opositores sino en las declaraciones explícitas de sus gestores económicos, que se han atrevido a hablar de lo innombrable (gasolina, regaladera), ese vacío aparece como absolutamente estrambótico y poco explicable.
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