El hombre que calculaba, por Teodoro Petkoff
De todos los consuelos de tontos que es dable escuchar, el más necio, pero también el más cínico, es el que utilizó Hugo Chávez para enmascarar nuestra decepcionante actuación en los Panamericanos de Río. Según el Einstein de Miraflores, le ganamos a Estados Unidos porque sacamos más medallas de oro por habitante que el imperio: 0,37 contra 0,32. “Le ganamos a Estados Unidos”, concluía —con cara de “me la comí” —, el Primer Matemático.
Eduardo Álvarez, encarnación física del antideporte, quien resume en su voluminosa humanidad tres cambures: la condición de minpopopdeporte, presidente del IND y presidente del Comité Olímpico Venezolano, puede sentirse tranquilo. Un funcionario que en cualquier país serio, después de tamaña torta, no esperaría la destitución sino que presentaría la renuncia, continuará disfrutando de su burocrática manguangua porque Chávez, si no gana, empata, pero nunca pierde ni reconoce errores.
En deporte, como en tantas otras cosas de este chiste de revolución, se impone una revisión profunda. De las diez medallas de oro, seis las produjeron la esgrima (3) y la gimnasia (3). Las cuatro restantes se repartieron entre velerismo (1), tennis (1) —deportes no propiamente populares—, karate (1) y ciclismo (1). Por singular coincidencia todas las medallas áureas provienen de deportes entrenados por venezolanos y europeos.
Los entrenadores cubanos no han respondido a su justificada fama —de hecho, la diminuta Cuba volvió a quedar segunda en la justa continental—, de modo que en atletismo y boxeo, en manos de cubanos, fue donde peor quedamos. La natación, aunque no dio lo que de ella se esperaba, sacó la cara, sin embargo, con atletas que, vaya ironía, se entrenan en las piscinas del imperio. ¿Qué pasa con el programa de formación de entrenadores deportivos, que es la palanca principal para el avance? ¿No debería el “gordo” Alvarez dar una explicación sobre el tema?
Pero lo esencial de todo es la masificación organizada de la actividad deportiva.
Esta es la base de una pirámide cuyo vértice está constituido por los atletas de alta competencia. Sin aquella, esta punta de iceberg puede, coyunturalmente, por puro azar, contar con grandes atletas —como aquella generación, tan gloriosa como efímera, del atletismo, que nos dio títulos iberoamericanos—, pero la actividad no es sustentable. Cuando se aborda seriamente la cuestión deportiva, el objetivo prioritario es la formación y la educación masiva de la población, sobre todo la joven, de lo cual el deporte es un componente fundamental.
Los atletas de alta competencia constituyen una derivación, una consecuencia de aquella masificación.
Pero un régimen echón y bocón, pantallero hasta el abuso, necesita triunfos deportivos para la mayor gloria de Chacumbele, no la del país. Chacumbele quiere atletas vencedores para retratarse con ellos. Pero cree que puede tenerlos prescindiendo del precio que se debe pagar en organización del deporte de masas, en estudio, en formación de entrenadores, de médicos deportivos, de psicólogos, de kinesiólogos, en entrenamiento, en aplicación de la ciencia a la actividad deportiva.
Chacumbele los quiere de gratis. No nos extrañe que algún día proponga que el medallero deportivo se calcule según la raíz cuadrada de las preseas de oro.