El hombre que odiaba a los perros, por Laureano Márquez
La comparación con un perro fue recurrentemente usada en el pasado para denotar formas de vida o de muerte lamentables. La relación de los seres humanos con los animales -al menos con los domésticos- se ha ido volviendo más “humana”. En algunos casos significativamente “humana” al punto de que hay gente que convive mejor con sus animales domésticos que con los seres humanos.
“Lo mataron como a un perro” o “una vida de perro” eran frases comunes que se han ido desterrando en la medida en que los animales son tratados con afecto, respeto y cariño así como también eso de llamar “perro” a una mala persona. En estos días, Pérez Reverte, refiriéndose a su perro, escribía que este no trabaja, vive como un rey, tiene comida de calidad, una casa que no paga y hace lo que le da la gana; concluye el escritor, luego de pensarlo bien, que su perro es del partido Podemos, ahora de cogobierno en España. Es decir, ahora los perros son emblema más bien de buena vida.
Uno ha escuchado cosas terribles -incluso- de gente que entrena perros para crueles peleas en las que la gente apuesta. De lo que si no había oído nunca, hasta el sol de hoy, es de dictaduras que torturan a las mascotas por las opiniones políticas de sus amos. La tortura en este caso no es para amedrentar al animal que hasta donde sabemos ni vota ni opina ni “conspira ni trabaja para la CIA sino para añadir sufrimiento a sus dueños encarcelados y torturados también. Esta parece ser la novedad en la crueldad desplegada ahora por el régimen.
Aparece en los medios esta noticia: “Tres perros continúan bajo ‘custodia’ de la FAES y el SEBIN pues su dueños son acusados de conspirar contra el gobierno”. Se mutilan y masacran animales para después mostrar los videos a los propietarios para sumar sufrimiento a su encierro. Nada sorprende ya en nuestra tragedia. Quien hace daño a un semejante ya hizo lo peor que puede hacerse, nada ya le frenará frente a ningún otro ser vivo en su despliegue de maldad. Sin embargo, suele suceder, como cosa curiosa, que los más crueles son capaces de amar a los animales, como Hitler, que adoraba a su perra o Calígula que nombró cónsul a su caballo.
Leonardo Padura, el celebrado escritor cubano, en su novela “El hombre que amaba a los perros”, retrata al cruel asesino del no menos cruel Trotsky, como un hombre que adoraba a los perros, pasión canina que compartía con su víctima, el revolucionario ruso al que Stalin mandó a asesinar. Entre las muchas cosas que se dirán del personaje que está detrás de todo esto, quizá se le mente también como “el hombre que odiaba a los perros”.