El horror que no cesa, por Teodoro Petkoff
La violencia homicida se ha hecho tan banal que, recluidas sus noticias en las llamadas «páginas rojas» de los diarios y en las primeras imágenes de los noticieros televisivos, ya se asume con resignación y hasta con indiferencia, como si se estuviera ante un designio del destino, frente al cual no hay nada que hacer. Apenas si los parientes de las víctimas piden justicia, sin dejar, casi nunca, de advertir, sin embargo, que no la esperan.
El viernes 7 de enero se produjo un doble homicidio cuyo horror debería servir para llamar la atención del gobierno acerca de sus responsabilidades en la definición y ejecución de políticas públicas que atiendan la gravedad del problema. Pasó, sin embargo, como una noticia más; como integrante del acostumbrado parte de guerra semanal, que da cuenta del número de víctimas que deja esa guerra silenciosa, que en 2010 dejó más muertos en Venezuela que en Afganistán.
El joven Carlos Alejandro Blanco Suárez, de 22 años, estudiante de Medicina, fue asesinado frente a su residencia, en Las Palmas, a las diez de la noche. Había salido a recibir a uno de los amigos que lo acompañarían en la modesta celebración de su vigésimo tercer cumpleaños.
Unos motorizados que pasaron raudamente por el sitio, abrieron fuego contra los jóvenes, sin explicación alguna, hiriendo mortalmente al joven Blanco. Su amigo resultó ileso. El herido, trasladado a una clínica cercana, en La Florida, falleció en ella. Entre los amigos que se concentraron en la clínica estuvo una joven que para trasladarse al sitio se hizo acompañar por un abogado amigo de su madre. Cuando, a las tres de la madrugada del sábado, el abogado se retiraba del sitio en las adyacencias de la iglesia de La Chiquinquirá, fue interceptado por un grupo de delincuentes (¿el mismo?, ¿otro?), que intentó robarle su vehículo. Tratando de escapar, fue asesinado de dos balazos, muriendo dentro de su camioneta. Cuatro horas después el Cicpc levantó el cadáver.
La fatal coincidencia que unió ambas muertes seguramente será incorporada a ese 97% de casos de homicidio que, según la propia policía judicial y la Fiscalía, queda impune. Ni siquiera por cubrir las formas son investigados. En 2010 se produjeron en el país 18 mil homicidios. De 17 mil de ellos, los asesinos andan tranquilazos por estas calles.
Sin embargo, el domingo siguiente, en su tragicómico programa, Yo-ElSupremo, con esa asertividad propia de los ignorantes que hablan de todo, despachó, tangencialmente, el tema de la violencia, atribuyendo ésta al «consumo de cerveza». Si el jefe del Estado puede despachar con semejante simpleza tonta (con su respectivo piquete contra Polar), la explicación de este tremendo problema, se comprende porqué han fracasado 16 planes antidelictivos presentados por este gobierno a lo largo de sus doce años de desastrosa gestión. Por cierto, ¿no se preguntará el Presidente si la violencia brutal de su discurso no será también uno de los factores –y no el menos importante– de tanto dolor y sufrimiento?